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detectar maltrato infantil

Cómo detectar maltrato psicológico en niños

Introducción

La toma de conciencia sobre el maltrato infantil se precipita a partir de mitad del siglo XIX. Antes de este periodo los niños no eran tomados como un bien a proteger, en todo caso a explotar y donde eran reconocidos como seres inquietantes que turbaban a los adultos (pensamiento religioso); estos tomaban distancia sobre los niños que, además, no disponían de derechos. La revolución francesa, la revolución industrial y la irrupción del psicoanálisis (a finales del siglo XIX) fueron precursores para la inscripción del niño en el mundo.

Es a partir de esta época que se toma conciencia de las insanas consecuencias en la evolución psicoafectiva y social de los menores que han vivido violencia durante su infancia. Y es cuando empieza a entrar en liza la materia del maltrato infantil.

Cuando articulamos la violencia en la infancia y adolescencia, nos referimos a los malos tratos, a la negligencia y al abuso sexual. La violencia la podemos identificar en diversos ámbitos: en la familia, en la escuela, en el grupo social y en los medios de comunicación, pero es realmente dentro de la propia familia la que dará lugar a las secuelas psicoemocionales más graves en los niños.

Sobre la incidencia en la población vamos a obtener dificultades para los datos reales debido justamente de la materia y problemática con la que tratamos. Las investigaciones llevadas a cabo sobre la desprotección infantil muestran que una parte alta de casos no alcanzan la visibilidad y conocimiento de los Servicios de Protección Infantil, de lo que se deriva que quizá sean más certeros en cuanto a la dimensión de la problemática los estudios realizados con población general.

En el caso del maltrato psicológico, los estudios revisados de Binggeli, Hart y Brassard ubican que cerca del 30% del porcentaje de la población general refiere haber sido objeto de maltrato psicológico en su infancia. Poco después, algunos de estos autores sitúan el porcentaje entre el 10 y el 15% referido al maltrato psicológico en sus formas más severas y crónicas.

Perfil de los menores que sufren maltrato:

La OMS señala que corren un mayor riesgo de sufrir ASI (Abuso sexual infantil) los niños por debajo de los 4 años y los adolescentes. Afecta a una de cada cinco chicas y a uno de cada trece chicos. El 80 % de los casos los agresores son miembros de la familia o del entorno cercano. Cerca del 90% de los agresores son varones y el 70% de las víctimas son mujeres.

La inclusión en los DSM y CIE están inscritos desde la perspectiva de las problemáticas paternofiliales o patrones de relaciones familiares alterados en la infancia (CIE, OMS).

Además, muchas instituciones de carácter profesional han elaborado su propio abordaje del maltrato psicológico. Este se incluye indefectiblemente en todas las clasificaciones sobre la desprotección infantil, esto es, sobre las diferentes situaciones de maltrato que pueden producirse sobre los niños en la familia. A este epígrafe de la desprotección infantil en el que se inscribe el maltrato psicológico le acompañan otras tipologías: maltrato físico, negligencia y abuso sexual. Por tanto, cuando hacemos referencia a la desprotección infantil deberemos tener en cuenta que el maltrato psicológico está inscrito bajo esa figura. Por ello, nuestro recorrido en este texto será a partir de la desprotección infantil, de la responsabilidad paterna, el daño significativo y la valoración de la gravedad acerca de estos daños bien reflejados o que puedan suceder.

En cuanto al recorrido histórico que ha realizado la materia de los maltratos psicológicos en la infancia, ya inscritos como desprotección infantil, debemos señalar que son las instituciones americanas quienes más se han preocupado, legislado y actuado para abordar esta lacra social a lo largo del tiempo.

Como ya indicamos más arriba es a mediados del siglo XIX, cuando se empieza a nombrar el maltrato infantil. En Estados Unidos, la primera organización que se propuso como objeto ayudar a los niños en desamparo fue Child Welfare Movement; posteriormente emergen otras instituciones como la Sociedad Neoyorquina para la Reforma de los Delincuentes Juveniles (1825). En 1874 se produjo el primer proceso judicial donde se puso e evaluación jurídica la realización de malos tratos por unos padres adoptivos. Es curioso que existiera una asociación en defensa de la crueldad contra los animales y no en defensa de los niños; de ahí emerge la primera asociación: The Society for the Prevention of Cruelty to Children, en New York. A partir de este evento, cruzó el charco y se inauguró otra asociación en defensa de los niños en Londres.

La Pediatría también hizo su aportación a este reconocimiento y abordaje del maltrato infantil mediante el diagnóstico del síndrome del niño golpeado, realizado por Ambrosie Tardieu (1868). Igualmente empezaron a tratar estos casos a nivel hospitalario, pero ya había pasado medio siglo desde los inicios del siglo XX, pero sí fueron útiles para que se sucedieran medidas legislativas sobre estos casos. Y es en 1989 cuando la ONU forma el Tratado Internacional de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN).

La primera Asociación que se crea en nuestro país es en Catalunya, ACIM, Associació Catalana per la Infància Maltractada; a raíz de ella, emergen otras dos asociaciones en Madrid y el País Vasco: APIMM, Asociación Madrileña de Prevención de los Malos Tratos) y AVAIM, Asociación Vasca para la Ayuda a la Infancia Maltratada. La unión de estas tres instituciones alcanza a formalizar en torno a los años noventa una institución de defensa de los niños a nivel estatal, FAPMI, Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil

II. Definiciones del maltrato psicológico

Existe una dificultad teórica para que todas las instituciones y profesionales que trabajan en la materia alcancen un acuerdo sobre las definiciones y diferencias entre los diversos elementos que envuelven a la violencia contra los niños y los adolescentes. Fruto de esta dificultad es, por ejemplo, Egeland que señala que “el maltrato psicológico es un constructo complejo que nunca podrá llegar a ser definido en forma de conductas específicas que puedan ser computables. Es un constructo que sólo puede ser inferido de una síntesis de información de múltiples fuentes. (…) Sería mucho más simple tanto para el investigador como para el profesional si el maltrato psicológico pudiera ser definido en términos de comportamientos parentales específicos observables. Sin embargo, esto es irreal porque el significado de determinadas conductas parentales y su efecto en el niño dependen de su nivel de desarrollo, el contexto en el que tienen lugar y (…) la intención que se encuentra detrás de ellas, así como la atribución o interpretación del niño de dichas conductas”

Conviene señalar una de las primeras definiciones sobre el maltrato psicológico que además ha sido reconocida aceptada y sostenida en el tiempo, realizada por la Asociación Profesional Americana sobre el abuso infantil; en ella pone de manifiesto seis formatos de maltrato psicológico infantil:

  • Rechazar-rechazo/degradación hostil; incluye actos verbales y no verbales del adulto que rechazan y degradan al niño-.
  • Aterrorizar/ amenazar al niño con sufrir un daño físico, morir, ser abandonado, o dejarle a él o a sus seres/objetos queridos en situaciones claramente peligrosas.
  • Aislar/negar al niño de forma continuada oportunidades para satisfacer sus necesidades de interactuar y comunicarse con iguales o adultos dentro y fuera del entorno familiar.
  • Explotación/corrupción. Fomentar el desarrollo de conductas inapropiadas en el niño, por ejemplo, conductas autodestructivas, antisociales, delictivas, desviadas u otras conductas desadaptadas.
  • Ignorar/ ausencia de responsabilidad emocional; ignorar los intentos y necesidades del niño de interactuar -fracaso en expresarle afecto, protección y amor y no mostrar emoción alguna en la interacción con él-.
  • Negligencia hacia la salud mental/médica/educativa sobre actos injustificados que ignoran, no permiten o fracasan en proporcionar el tratamiento requerido para los problemas o necesidades de salud mental, médicas o educativas del niño.

(American Professional Society on the Abuse of Children, 1995)

Estos comportamientos transmiten al niño el mensaje de ser inútil, defectuoso, no querido, estar en peligro, o sólo útil en la medida en que satisface las necesidades de otros, los padres o personas que se encuentran a su cargo.

La International Society for Prevention of Child Abuse and Neglect define el maltrato psicológico como “el fracaso en proporcionar al niño un entorno evolutivamente apropiado y de apoyo, incluyendo la disponibilidad de una figura primaria de apego, de forma que pueda desarrollar un conjunto estable y completo de competencias emocionales y sociales que corresponden con sus potencialidades personales en el contexto de la sociedad en la que vive. Puede consistir también en actos hacia el niño que le provocan o tienen una alta probabilidad de provocarle daño en su salud o en su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social. Estos actos deben estar razonablemente bajo el control de los padres o personas que mantengan con él una relación de responsabilidad, confianza o poder. Los actos incluyen restricción del movimiento, patrones de rechazo, denigración, culpabilización, amenazas, inducción de miedo, discriminación, ridiculización u otras formas no físicas de tratamiento hostil o rechazante”.

Otras definiciones que podemos añadir son aquellas que proponen incluir más elementos a tener en cuenta sobre el maltrato psicológico; por ejemplo, confundir la identidad sexual del niño, formular demandas contradictorias y ambivalentes (para después manifestarles que han errado y de lo que se sigue es que son inútiles), la puesta en juego de un estilo de comportamiento parental inconsistente, no tener en cuenta las limitaciones psicológicas que como niños tienen, que en última instancia deviene en la satisfacción de las necesidades psicológicas de los padres conllevando la incapacidad para realizar la diferencia entre la realidad del niño y las creencias y deseos de los progenitores.

III. Observación e Indicadores de síntomas de maltrato infantil

Aquellos que se encuentran en la esfera de ser cuidadores de niños, tales como pediatras cercanos (quizá familiares), monitores, profesores, médicos pueden estar atentos a ciertos elementos, a señales de alarma que se pueden precipitar en la infancia y adolescencia que nos pueden indicar que detrás de estos cambios que no acusan una causa clara se encuentran situaciones de maltrato, de desatención y abuso infantil.

En el caso de que estos signos no sean detectados por las personas cercanas que les cuidan y estando exentos de protección tanto internos como externos (su familia directa) sin asistencia en salud mental entonces su futuro será de alcanzar la cronicidad de sus problemas, síntomas y dificultades en su existencia.

Indicadores de maltrato en niños:

  • Incontinencia de esfínteres, cuando ya se habían controlado
  • Absentismo y fracaso escolar
  • Conductas de aislamiento o disruptivas
  • Trastornos psicosomáticos de diagnóstico difuso
  • Inadecuación de ciertas conductas relacionadas con la sexualidad

Indicadores de maltrato en adolescentes:

  • Autolisis
  • Drogadicción
  • Delincuencia
  • Trastornos de la alimentación,
  • Fugas del hogar
  • Conductas de riesgo sexuales

La cronicidad se extenderá a la vida adulta e invadirá su vida en los ámbitos de la familia, de la sexualidad, en el mundo social y laboral. Serán los problemas psiquiátricos los que obstaculizarán más la vida adulta, signados en trastornos de estrés traumático, depresión, ansiedad, drogadicción, trastornos límite de la personalidad, personalidad antisocial, anorexia y bulimia. Pueden desarrollar conductas llamadas de riesgo como la prostitución y la delincuencia.

También queremos señalar una circunstancia a tener en cuenta. No todos aquellos que han pasado por estas situaciones difíciles en su existencia, que se han desarrollado en situaciones ambientales insanas alcanzan a enfermar. Werner trabajo con una muestra de estos sujetos, llegando a establecer el término de niños invulnerables. Este concepto define el desarrollo de personas sanas justamente en estas circunstancias ambientales contaminantes y tóxicas. Este término de Werner fue el que dio lugar posteriormente a otro, más conocido y actual, la resiliencia.

Los sujetos con resiliencia son aquellas que han superado la experiencia infantil de maltrato, haciendo ruptura con la imagen de que aquel que lo ha sufrido se convertirá en un padre o una madre que, a su vez, va a maltratar, o, por el contrario, sus relaciones estarán caracterizadas por un lugar de víctima.

IV. Desprotección infantil

Un elemento que debemos de introducir rápidamente es, sin duda, a los padres, o aquellos que se encuentran destinados al cuidado de los niños bajo las formas de adopción o educación. La figura central, sin más, son los padres. Para determinar la desprotección infantil nos hacemos valer del continuo del comportamiento parental; ello implica establecer el límite entre un comportamiento parental inadecuado que puede dañar al niño pero que es tolerable, y un comportamiento parental inadecuado e intolerable, esto es, no permisible siempre en función de las normas sociales establecidas en la legislación vigente del momento.

Es, entonces que el límite de lo tolerable e intolerable está marcado por un concepto administrativo, legal y político, en la medida en que indica cuando los medios de la administración intervienen en las familias con el fin de alcanzar lo dictado por las normas respecto del bienestar y protección del niño.

Mencionemos el siguiente dato: la gran mayoría de las administraciones sancionan explícitamente el maltrato psicológico como una tipología de desprotección; España es una excepción. En nuestro país, las situaciones de desprotección infantil son referidas como de riesgo y desamparo, además de definirlas de forma muy general (artículos 172.1 de C.C. y 17 de la L.O. 1/1996 del 15 de enero de la Protección Jurídica del menor). Las leyes autonómicas no mejoran las leyes estatales.

La desprotección infantil deriva a varios elementos que es preciso atender en la materia: el comportamiento del adulto, el daño significativo y la gravedad del daño

En su generalidad, la mayoría de las voces que tratan esta materia alcanzan el acuerdo de que el concepto de desprotección infantil se sostiene en dos elementos importantes y contiguos: el comportamiento del adulto y sus consecuencias en el infante. Las situaciones de desprotección se definirán bajo estos elementos como aquellas donde se da un comportamiento inadecuado de los adultos que ha provocado o que potencialmente puede provocar un daño significativo en el niño. Este comportamiento se puede formalizar tanto por acción como por omisión, de forma física o psicológica. Un elemento que podemos observar es que la definición de desprotección no menciona la intencionalidad del comportamiento parental.

Definición de desprotección infantil:

  • La consideración de que el comportamiento parental coloca al niño en peligro de sufrir un daño significativo aún no se haya producido
  • En las situaciones en que el comportamiento parental es tan extremo, inherentemente traumático o inadecuado en su naturaleza se puede tomar que se ha producido un daño emocional significativo; no es preciso ni obligatorio que el niño muestre signos obvios de daño ni a nivel físico ni comportamental

(US Department of Health and Human Services, 2009).

V. El comportamiento de los padres en el maltrato psicológico

La determinación de los comportamientos concretos que puedan constituir maltrato psicológico no es, una vez más, sencillo.

Glaser (2002) articula criterios para definir el maltrato, definiendo a esta tipología de desprotección el tipo de relación paternofilial derivada del comportamiento parental, inscribiendo el maltrato psicológico:

  • Describe una relación entre las figuras parentales y el niño (más que un suceso o una serie de ellos que se precipiten en el marco de la relación paternofilial). En el mismo sentido, Hinde señala que la valoración subjetiva de una relación es más importante que las conductas objetivas que observamos. Aquello que una persona piensa (incluyendo la intuición preconsciente) acerca de una relación es más indicativo que la interacción que ocurre en la realidad observable.
  • Los comportamientos parentales que conforman la interacción con el niño impregnan o caracterizan su relación actual -es decir, se producen siempre, habitualmente o a menudo y se observan en diferentes momentos y contextos-;
  • Los comportamientos parentales están provocando o potencialmente pueden provocar un daño en el desarrollo y salud psicológica/emocional del niño;
  • Se timan en cuenta tanto la acción como la omisión
  • Se precisa sin contacto físico.

VI. Daño significativo

Hemos indicado que el daño no solo atiende a que sea real, sino que también opera el daño potencial. Es un elemento central en la articulación de la desprotección infantil.

No es sencillo definirlo en cuanto no se trata de un daño físico. En una de las revisiones sobre el daño significativo rescatamos a Baker, que maneja los siguientes elementos sobre el daño:

  • Limitación en el desarrollo de las competencias del niño
  • Funcionamiento psicológico o desarrollo dañado
  • Daño inmediato o a largo plazo en el funcionamiento comportamental, cognitivo, afectivo, social, psicológico o físico del niño
  • Daño en la autoestima del niño, degradación de sus sentimientos de competencia y pertenencia, e impedimento de un desarrollo sano y vigoroso
  • Daño psicológico y restricción a la superación por parte del niño de logros evolutivos importantes
  • Daño o reducción sustancial de las capacidades potenciales del niño a nivel cognitivo, intelectual, perceptivo, lingüístico, en su memoria, atención y sentido moral.

Para los autores Little, Axford y Morpeth (2003), la presencia de daño significativo ha de formalizarse cuando se produzca en alguna de las siguientes circunstancias:

  • El niño muestra un funcionamiento extremadamente limitado o disfuncional en una o varias áreas de desarrollo (incluye la manifestación de trastornos psicopatológicos severos, excluyendo los trastornos conductuales y emocionales más comunes).
  • El niño muestra un nivel de daño en el desarrollo mayor que en la mayoría de niños en situación similar a la suya.
  • El desarrollo del niño en una o varias áreas se encuentra en el extremo de lo esperable a su edad según las puntuaciones/estándares normativos.
  • El daño en una determinada área de desarrollo persiste y/o se agudiza a lo largo de diferentes etapas evolutivas.
  • El daño afecta simultáneamente a cuatro o más de las cinco áreas de desarrollo.

VII. Valoración de la gravedad del maltrato psicológico

Según la American Professional Society on the Abuse of Children podemos basarnos en la valoración de la gravedad del maltrato psicológico en la infancia en los siguientes criterios:

  • Intensidad, frecuencia y duración
  • Grado en que impregna o caracteriza la relación paternofilial
  • Grado en que el niño ha sufrido, está en desarrollo o se prevé que va a sufrir un daño significativo en su desarrollo
  • Cantidad de tipos de conducta maltratante que se han producido o se están produciendo
  • Presencia de otros factores en la vida del niño que pueden amortiguar el efecto del maltrato psicológico (tener en cuenta si el padre/ o la madre maltratante tiene la capacidad de proporcionar en otros momentos afecto o si el niño tiene acceso frecuente y estable con un adulto no maltratante que le brinde cuidados y protección)
  • Relevancia del maltrato en función de la edad del niño, del período evolutivo en que se encuentra y el que va a continuación.

VIII. Instrumentos para la evaluación de existencia y/o gravedad de desprotección infantil

El maltrato psicológico está incluido en la evaluación de estos instrumentos.

La American Professional Society on the Abuse of Children ha señalado algunos criterios para determinar la gravedad del maltrato psicológico, los indicamos:

  • Intensidad, frecuencia y duración,
  • Grado en que impregna o caracteriza la relación paternofilial
  • Grado en que el niño ha sufrido, está gestando o se pronostica que va a sufrir un daño significativo en su existencia.
  • Cantidad de tipos de conducta maltratante que se han producido o se están produciendo
  • Existencia de otros factores en la vida del niño que pueden amortiguar el efecto del maltrato psicológico (si el padre y/o madre maltratante dona en otros momentos afecto al niño, o en su caso si el niño tiene acceso estable a otro adulto no maltratante que le pueda donarle cuidados y protección)
  • Relevancia del maltrato en función de la edad del niño; momento evolutivo actual y siguiente.

En cuanto a los instrumentos para su evaluación citamos los autoinformes para niños, adolescentes y adultos. Se administran de forma escrita o en entrevistas personales o, incluso, telefónicas. Inicialmente incluían una sola pregunta con dos opciones de respuestas (sí/no) para posteriormente abordar más preguntas específicas y numerosas

Otro tipo de instrumentos son los determinados a través de la recogida de información mediante diversas fuentes y/o nuestra observación directa. Son instrumentos que describen las diferentes situaciones que pueden tomarse como desprotección. El instrumento es útil para recoger y calificar la información obtenida conjuntamente sobre cierto caso dado. Han sido elaborados por investigadores en la materia o bien bajo la utilización de los Servicios de Protección infantil.

En estos informes podemos encontrar la categorización sobre niveles de gravedad del maltrato psicológico. Indicamos los siguientes que en su mayoría tienen evidencia empírica en relación a su fiabilidad y validez.

  • Child Well-Being Scales CWBS (Magura y Moses, 1986)
  • Graded Care Profile Scale GCP (Srivastava y Polnay, 1997)
  • Modified Maltreatment Classification System MMCS (English y the Longscan Investigators, 1997)
  • Ontario Child Neglect Index CNI (Trocmé, 1996),
  • Family Assessment Form – FAF (Children’s Bureau of Southern California, 1997)
  • Eligibility Spectrum (Ontario Association of Children’s Aid Societies, 2006)

La prueba más comprehensiva, completa y de mayor apoyo empírico es el Modified Maltreatment Classification System MMCS, y el instrumento Eligibility Spectrum es el que cuenta con menor apoyo empírico.

IX. Mentalización y Apego

Werner y la resiliencia nos acerca al apego de Bowlby y a la mentalización de Fonagy.
Las investigaciones realizadas postulan que la exposición a situaciones estresantes, especialmente al abuso sexual, pueden producir cambios en la neurobiología de los niños, que a su vez puede derivar en un de su hipersensibilidad y reacción agresiva excesiva cuando tienen que hacer frente a una circunstancia y esta es vivida en forma de amenaza interpersonal .

Esto es el despliegue de una defensa, reacción frente al sentimiento de sentirse amenazado que se da en los tres primeros años de la vida del niño. En este tiempo, se está aprendiendo, o no, a elaborar y entender los estados mentales del otro; esto se ha denominado mentalización.

El vínculo desorganizado se anuda al maltrato, a la negligencia y al abuso sexual del niño por parte del cuidador. Este tipo de vínculo generaría en el niño un sistema de defensa parecido al que tendría ante un depredador. Al no encontrar ninguna respuesta organizada a sus demandas, se generaría un miedo sin palabras.

Fonagy define a esta como la capacidad, en términos de estados mentales, del funcionamiento psicológico del propio self y del otro. La mentalización está vinculada a las experiencias de seguridad en la primera infancia; proporciona y mantiene el apego seguro, impulsando la seguridad interna, la empatía, la asertividad y la autonomía.

La mentalización se extiende a la capacidad del sujeto para poder pensar sobre sus propios pensamientos y mostrárselos a los otros. Esto es, el sujeto reflexiona y piensa sobre la existencia de distintas formas de pensar sobre situaciones diversas de la vida; esto favorece distinguir la realidad del mundo interno, la comunicación y las conexiones significativas entre el mundo interno y externo. Así pues, la conducta se torna predecible, permitiendo significar las acciones de los otros. Es decir, permitirá elaborar las distintas conductas que pueden desplegar los otros.

Bajo esta predicción, en esta etapa, si el niño vive el objeto de apego como impredecible o quizá hostil impedirá que la mentalización se establezca de forma adecuada. A cambio, el niño desplegará defensas agresivas e inhibitorias. En su desarrollo estas defensas tenderán a conformarse como conductas violentas y dará lugar a problemas psicopatológicos concomitantes (por ejemplo, adicciones y tendencias psicopáticas) manifestadas en sus relaciones interpersonales
sería la forma en la que se establecería la relación con los otros. 

Ya conocemos a Bowlby; este se refiere a la vinculación afectiva del niño con la figura de apego; hace mención a si existe o no la posibilidad de que esta figura sea accesible al bebé de forma inmediata y de si es capaz o no de responder de manera apropiada a sus necesidades, dándole protección y consuelo. Esta posibilidad, este acceso a esta favorecerá que el bebé sea capaz de relacionarse con los otros sin ansiedad, que pueda desplegar la capacidad de elaborar las emociones o afrontar las situaciones traumáticas que puedan surgir a lo largo de su vida,

El tipo de apego influye en la formación de un tipo de personalidad, y también inscribe la marca de relacionarse con los modelos de autoridad. Como resultado de una separación traumática del niño con su figura de apego va a producir importantes niveles de ansiedad y miedos, cuestión que se va a prorrogar en las posteriores separaciones del niño. En cambio, si estos encuentros con la figura de apego se despliegan de forma correcta entonces formularemos que el niño ha establecido una base segura que se extenderá a su futuro.

La relación que se establece en la infancia con las figuras de apego proporcionará el prototipo de las relaciones afectivas en etapas posteriores y establecerá mediante las representaciones mentales afectivas, los recuerdos de su relación con la figura de apego y, por tanto, de sí mismo y de los pronósticos que había desarrollado en dicha relación. Si el vínculo establecido ha sido el de rechazo, la desatención y la falta de apoyo afectivo, generará la transmisión (léase a Käes) del maltrato infantil a la siguiente generación.

El trauma juega un papel importante en las causas que originan la violencia. Laplanche y Pontalis señalan acerca del trauma que “es un acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización de la psique. En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de control y de elaborar psíquicamente dichas excitaciones”.

De lo que se sigue que cuando la figura del apego interviene en la conformación del trauma, este va a obstaculizar gravemente en el desarrollo del niño. La generación de síntomas de estrés post-traumático se deriva del abuso sexual; el niño es tomado como objeto, expulsándolo de su lugar de sujeto.

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