I. Introducción
Ha concurrido un largo camino desde que empezó a conceptualizarse, y a conjeturarse, acerca del trauma. Nos encontramos con diferentes vertientes y orientaciones epistemológicas que se han ocupado del término.
El término trauma psíquico aparece por primera vez en la literatura psiquiátrica en 1849, por medio de Pierre Janet, y que lo revisa 25 años posteriormente. Señala que “el trauma psíquico es el resultado de una exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras”.
Posteriormente, Charcot postuló sobre los aspectos emocionales en la génesis del trauma, señalando que siempre es preciso, al lado del traumatismo, que tengamos en cuenta el factor emocional que de manera muy eficaz tiene un papel más importante en la génesis de los accidentes.
Menciona el terror experimentado por el paciente en el evento del accidente o trauma más allá del daño producido por la herida en sí. Charcot, fue considerado posteriormente como el precursor de la psicopatología moderna; fundó la escuela de neurología del Hospital de la Salpêtrière en Paris donde llevó a cabo su transmisión docente durante un periodo extenso y fructífero que dio como producto a personajes que destacaron en su tiempo como Gilles de la Tourette, Ballet, Babinski o Jean Leguirec. Y por supuesto, en este grupo se encuentra Sigmund Freud.
Charcot introdujo el concepto de la condition seconde. Se trataba de un estado que atravesaba las acciones de los sujetos sin que se dieran cuenta; posteriormente, Freud lo designó con el nombre de inconsciente.
Más allá de Freud, numerosos autores psicoanalíticos se han ocupado del término trauma; desde Ferenczi, pasando por Klein, Bion, Lacan, Winnicott, Fairbain, Kout, Balint, Bolwby, Anna Freud, y tantos otros etc. hasta alcanzar a Benyacar que es del que nosotros nos vamos a ocupar para articular lo disruptivo.Añadir, antes de ocuparnos de este autor, la importancia de la influencia del psicoanálisis relacional, también denominado culturalista, formalizada por autores como Sullivan, Fromm, Atwoody o Storolow. En este sentido, se ha desarrollado en Estados Unidos esta misma corriente en las últimas décadas; uno de sus precursores, Mitchell, considera al sujeto con sus pulsiones desde su ser social dejando de lado las pulsiones desde la perspectiva individual que postuló Freud. Este posicionamiento señala que las pulsiones, tomadas desde el lado de la necesidad, solo serán satisfechas en el campo de lo social del individuo. El núcleo de la cuestión se ubica en la estructura de la relación, esa conexión que se da entre dos sujetos. Por último, en este breve recorrido, merece la pena señalar a Fonagy y su teoría de la mentalización.
II. La irrupción de lo disruptivo
Si hemos escogido a Benyacar es porque profundiza en la cuestión traumática, enfatizando esa cosa que ha ido pasando de época en época dándola por buena y que él denuncia con toda claridad. Y lo hace, responsabilizando en los profesionales de la salud la actitud de que cuando atendemos a un paciente que ha pasado por un impacto abrupto, seguro que doloroso, de un acontecimiento externo, seamos capaces de definirlo como trauma solo bajo el sostén de la característica del evento.
¿Qué es lo que hemos pasado por alto?: el psiquismo de nuestro paciente; es decir, no hemos tenido en cuenta como este impacto ha sido elaborado por un sujeto en concreto, es más, lo que estamos haciendo es desconocer a nuestro paciente, no tenerlo en cuenta. Craso error porque este sujeto seguro que puede responder de muchas maneras diferentes a un trauma, se da por hecho que dicho evento, al considerarlo traumático per se, ya es suficiente para adjudicar la existencia de un truma a un sujeto. Por supuesto, esto también tiene una incidencia en cómo operar profesionalmente con este sujeto al cual ya le hemos asignado un trauma.
Benyacar señala este posicionamiento como una renuncia a nuestro saber. Y es cierto. Lo hemos señalado en otras ocasiones, reflexionado que no podemos tomar a un sujeto como la suma de síntomas, que lo fundamental es siempre la estructura, la relación de un sujeto con su deseo; esto es la presunción de la existencia de todo un aparato psíquico que opera en el sujeto. Pues bien, hagamos lo mismo con el sujeto que ha sido tocado por la irrupción de un evento abrupto, veamos qué tiene que decir su psiquismo de ello, veamos cómo lo procesa.
La fórmula que Benyacar propone es la articulación de los dos elementos para ver su resultado. Los dos elementos son, por una parte, el accidente externo y, por la otra, el impacto que sufre el psiquismo, cómo se articulan estos dos fenómenos en el interior del sujeto. De ello, dará un resultado, pero ya teniendo en cuenta al sujeto. Este resultado lo podemos denominar Experiencia (la conjugación del evento fáctico con la vivencia), esto es, el modo en que el psiquismo de una persona ha podido articular el afecto emergente con la representación correspondiente. Si bien es cierto que las experiencias pueden ser muy impactantes y pueden tener efectos disruptivos extremadamente altos en movilización y desorganización no lo es menos que por mayor que sea la magnitud del evento fáctico no se deriva siempre (y menos por definición) que esas experiencias se caractericen por estar compuestas por vivencias traumáticas.
Bajo este impasse, Benyacar propone introducir el término disrupción, y más concretamente distuptivo desplazando al término puesto en cuestión, en su utilización, de lo “traumático”, para abordarlo bajo la palabra disruptivo, que es cuando hablamos de los hechos que ocurren en el mundo externo.
El origen de la palabra disruptivo proviene del latín dirumpo que significa destrozar, hacer pedazos, destruir, establecer discontinuidad, romper. Disruptivo será todo evento o situación con la capacidad potencial de irrumpir en el psiquismo y que tenga como efecto reacciones que modifiquen su capacidad integradora y de elaboración.
Esta cuestión, como apunta Benyacar, permite distinguir el hecho fáctico externo del hecho psíquico interno, cuestión que hemos intentado señalar previamente bajo la mencionada fórmula de situación traumática produciendo, más que nada, confusión.
Esta palabra situación traumática es habitualmente utilizada para hacer referencia a situaciones como accidentes, muerte de un ser querido, enfermedad grave, violación, discapacidad repentina, desfondamiento financier y hechos equivalentes.
También se utiliza para identificar desastres y catástrofes de carácter colectivo, así sean desastres naturales o bien como las guerras o emigraciones y que señalan manifestaciones concretas de lo que mal que se denomina lo traumático. Como se puede observar, se le asigna como si fuera por principio el hecho de producir una eficacia devastadora concreta sobre el psiquismo humano.
Benyacar indica esta situación señalando que esta determinación desconoce y no se ocupa de conocer la singularidad y especificidad de los diferentes eventos fácticos, lo cual no nos habilita para reconocer sus componentes y características particulares; También exilia de su singularidad al sujeto que vive tal evento, y finalmente ignora lo idiosincrásico de la relación entre un evento específico y un sujeto particular.
Así, conlleva que calificar una situación como traumática por la potencia o incluso por la intensidad que el consenso social le adjudica es sustanciar un rasgo propio del orden psíquico a un evento del orden de lo fáctico.
Finalmente, podemos decir que en nuestro pensamiento se sustenta la suposición de que todos y cada uno de los acontecimientos a priori auspiciados al lugar de traumáticos conllevará siempre, en todos y cada uno de los sujetos afectados, la consecuencia psíquica que se llama trauma. Quedar atrapado en este discurso, tratando de buscar causalidades a lo fáctico, es tan decididamente peligroso como pretender silenciar al síntoma sin elaborar los procesos concomitantes.
Si bien el significado específico de la palabra trauma nos remite a la discontinuidad (afecto y representación) que se produce en un proceso psíquico o en un modo de procesar psíquico, esta utilización abusiva hace como si no se supiera que tal discontinuidad sucede de forma exclusiva en el interior del sujeto.
El suceso fáctico hace referencia a la existencia de lo que llamamos mundo externo; y la vivencia nos remite en exclusividad al mundo interno. Y, finalmente, la experiencia nos remite a la vez al evento fáctico y a la vivencia de forma articulada, Benyacar señala que lo más complicado de estos conceptos es tener en cuenta que tanto la vivencia como la experiencia son funciones articuladoras que no tienen existencia por sí mismas, sino a través de la acción de articular.
III. La vivencia traumática. Intervención terapéutica
La vivencia traumática por la discontinuidad entre el afecto y la representación.
Podemos acercarnos a lo que es una vivencia traumática señalándolo como un proceso psíquico donde concurre la desarticulación entre el afecto y la representación.
Así lo Traumático no es lo que sucedió, sino es el resultado (y, por tanto, la experiencia) del modo en que cada psiquismo lo vivencia. De ello se deriva que cuando nos referimos al trauma lo hacemos haciendo hincapié en una modalidad de procesamiento psíquico que se postula por la falta de capacidad de procesamiento, que en última instancia se inscribe como una vivencia de la no vivencia.
La vivencia es un modo de procesamiento psíquico, y en este sentido es inefable. Y esto tiene consecuencias terapéuticas porque no le podemos demandar al sujeto que nos hable de lo inefable, es decir que nos hable de un mecanismo psíquico y ese hablar ciertamente no se va a poder dar en el espacio terapéutico. En cambio, caerá del lado del terapeuta, que la puede inferir.
Si la vivencia traumática se caracteriza por su desarticulación, la labor asociativa no favorecerá su adecuado abordaje.
En su discurso, el paciente al hacer referencia al hecho fáctico sucedido explica lo que él entiende que ha concurrido, y lo que cae de nuestro lado no es solo escuchar su relato de lo sucedido, sino que con ello estamos en disposición de inferir sobre la modalidad de procesamiento psíquico y, por tanto, si acaso puede ser traumático o no.
Nuestra inferencia se vincula a dilucidar si hay una adecuada articulación entre el afecto y la representación o, si, por el contrario, lo que se da es un proceso de desarticulación al modo de la vivencia que hemos señalado como traumática.
Las consecuencias a nivel de intervención terapéutica si tomamos la vía de adjudicar a los eventos fácticos causalidad psíquica o, a la vez, tratar de que el paciente repita lo vivido, es que se convierte en una modalidad de perpetuar la falta de capacidad de procesamiento. Quizá por ello, la propuesta de lo conveniente son las intervenciones que puedan decir afectos, ajustado al nivel de procesamiento en que cada sujeto se encuentra, decididamente ante la vivencia traumática.
Esta vivencia Traumática se precipita por no haber podido introyectar el impacto del evento disruptivo en forma activa. De ahí, la importancia del concepto de pensabilidad que articula Romano.
Hay autores que ante la interpretación causal que define el trauma en función del hecho fáctico o del conjunto de síntomas desplegados (sin articular que esa sintomatología es simplemente uno de los tantos intentos de elaborar esa desarticulación entre el afecto y la representación) oponen la interpretación vivencial, que permitirá un adecuado acceso a lo traumático. Se dirige a abordar la capacidad específica de procesamiento de cada sujeto.
En la Interpretación vivencial hay tres tipos de interpretaciones:
a. La interpretación figurativa
b. La interpretación relacional
c. La interpretación de sentido (Benyacar)
Poner en juego la interpretación Vivencial conlleva armar una concepción del aparato psíquico que tiene en cuenta tres tipos de afectos específicos: las sensaciones, que derivan de lo corporal ya que son sensoperceptivas; las emociones, que se trata de afectos relacionales; dan cuenta de la existencia del otro. Y, por último, los sentimientos, que son afectos manifestados por la palabra que se despliegan en una dimensión de tiempo y espacio.
En un texto de la Revista Imago Agenda Nº160 se defiende las Interpretaciones Figurativas a partir de la postulación de Freud en La interpretación de los sueños. Las figuras pertenecen a lo más arcaico de nuestro psiquismo; son las representantes de las sensaciones como afecto. De ahí que se sostenga que la figurabilidad servirá de sostén para el desarrollo de palabras que dicen afectos. Es así como el autor entiende que, en nuestra praxis clínica, en estas situaciones, la utilización de palabras que remitan a una causalidad puede dirigirse más a una labor conectada con procesos cognitivos en vez de estar al nivel de Lo Traumático desde los procesos inconscientes más originarios.
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