I. Anancástica
Esta palabra tiene su origen en la mitología griega, Ananké, que era una deidad y personificaba lo inevitable, la necesidad, significándose como lo ineludible. En griego antiguo la palabra también significaba fatalidad. Su compañero era Chronos, el dios del tiempo; sus hijas, las Moiras (Cloto, Láquesis y Átropos), hilanderas del destino de los hombres y de los dioses. En griego, anankasma significa compulsión: un comportamiento estereotípico, que si es interrumpido u obstaculizado deriva en ansiedad.
Las características de la titulada personalidad anancástica son la perfección, conllevando exigencia y orden. La perfección es una prioridad. Si no se alcanza, para el sujeto la cosa no funciona.
Al sostener estas características sus conductas estarán marcadas por la rigidez y la inflexibilidad; no solo alcanza a los propios sujetos, sino que miden y exigen a los otros las mismas características de perfección y exigencia.
Estas características acaban afectando o dejando una marca en otros aspectos aledaños a la personalidad, tal como el tomar decisiones ante una realidad determinada, que en muchas ocasiones se les tuerce en la medida en que no les devuelve la imagen deseada y esperada. Una de sus consecuencias es la demora para tomar decisiones, justo para no equivocarse y acceder al paraíso de la perfección, que no existe pero que construyen y anhelan.
II. El trastorno anancástico de la personalidad en el CIE-10
Para la Clasificación Internacional de los Trastornos Mentales y del Comportamiento (CIE-10), se trata de un trastorno de la personalidad (F60.5) caracterizado por:
- Falta de decisión, dudas y precauciones excesivas, que reflejan una profunda inseguridad personal.
- Excesiva por detalles, reglas, listas, orden, organización y horarios.
- Perfeccionismo, que interfiere con la actividad práctica.
- Rectitud y escrupulosidad excesivas junto con preocupación injustificada por el rendimiento, hasta el extremo de renunciar a actividades placenteras y a relaciones personales.
- Pedantería y convencionalismo con una capacidad limitada para expresar emociones.
- Rigidez y obstinación.
- Insistencia poco razonable en que los demás se sometan a la propia rutina y resistencia también poco razonable a dejar a los demás hacer lo que tienen que hacer.
- La irrupción no deseada e insistente de pensamientos o impulsos.
III. La personalidad anancástica, el trastorno de la personalidad obsesivo-compulsivo y la histeria.
Conviene diferenciar, sobre todo, a las dos primeras, justamente, también, por la implicación de la última, la histeria.
La psicopatología clásica ha igualado los términos anancástica y el trastorno obsesivo-compulsivo, en la medida en que la duda (y su contrario, la certeza) interviene con respecto de las decisiones, a la rigidez y a la búsqueda de lo perfecto; todo ello conlleva el despliegue de síntomas que se anudan a la obsesión y que se asemejan a la personalidad anancástica.
Una de las diferencias con el trastorno obsesivo compulsivo es que la personalidad anancástica no siente un problema con su comportamiento, perfeccionista. Si tomamos a los pensamientos obsesivos observamos que pueden convertirse en un plano irreal, tal como sucede con los pensamientos de tipo hipocondríaco que precipita un miedo a una enfermedad que la siente pero que no se articula a la realidad. La irrealidad en el anancástico está marcada por la construcción de un estado perfecto, que pertenece al ámbito del deseo y de la fantasía.
Dentro de la personalidad anancástica señalaremos algunos elementos que la conforman, más de la mencionada perfección. Así, nos encontraremos en este tipo de personalidad un despliegue de una necesidad de control con el objeto de que todo se convierta en algo previsto y bajo control, ya que otorga seguridad.
Su implicación en las tareas es que aceptan y se proponen para labores de gran responsabilidad, con el objeto de alcanzar los mejores resultados; por ello, en muchas ocasiones lo que alcanzan es sentido como no suficiente en orden de alcanzar lo sublime, lo imposible. También se sigue que son poco, o nada, flexibles con la posibilidad del fracaso, no se lo permiten, no es una opción de aprendizaje. La continuación de esta marca es que evalúan y viven las cosas siempre de forma extrema: o está muy bien porque es perfecto o el polo opuesto, está muy mal (soy muy malo) porque está mal realizado o no lo suficiente.
Los otros no viven estas experiencias como algo que les acerque a estas personas que portan este tipo de personalidad; su sentir es que están abocados a sufrir porque apuntan a lo imposible. Todo este despliegue, como veremos a continuación tiene bastante similitud con la obsesión.
El término obsesión fue introducido por el alienista francés Falret. Hizo valer la voz obsidere, cuya traducción es asediar. Esta palabra representa las ideas patológicas que invaden a los pacientes obsesivos signando su presión e impertinencia.
Freud identificó las ideas que provenían de la taxonomía psiquiátrica con diferentes denominaciones tales como locura de la duda de Falret), delirio de tocar de Legrand du Saulle), o locura lúcida por Trelat, condensándolas como un tipo de neurosis. Freud hizo de la neurosis obsesiva una de las estructuras neuróticas, posterior a la histeria.
Postulaba que las ideas obsesivas se imponen contra la voluntad, provocan movilizaciones para contenerlas, pueden darse en distintos cuadros (psicosomáticos, psicóticos e histéricos)
Actualmente las clasificaciones de los manuales DSM (de vuelta, la Psiquiatría) señalan al trastorno anancástico de la personalidad y al trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad.
Estos últimos se caracterizan por su tendencia al orden, a la rigidez, a la rigurosidad, falta de flexibilidad y perfeccionismo. Su tendencia se dirige a preocuparse por reglas, normas, detalles, horarios, organización, datos y rendimientos. Si las cosas no concuerdan con sus postulaciones, emerge el malestar.
Otra de sus características es el importante desarrollo que ultiman hacia el trabajo y la productividad, el deber ante todo; el deber frente al placer. Si existen mociones placenteras finalizan ocupando el lugar de los deberes, de las obligaciones, ausentándoles su carácter primordial placentero.
De la misma forma, es un hándicap finalizar una tarea, ya que aparece la certeza, la duda, los fallos, la posibilidad de la precipitación de la no perfección. Ante la duda no toman decisiones, o tardan excesivamente en tomarlas hasta que se precipite la seguridad (si fuera posible, la absoluta); de ahí su dificultad para tener iniciativa e improvisar.
Tampoco se manejan bien con los afectos, haciendo primacía de lo racional. En definitiva, en resultado es que con tantas reglas y controles su deseo no se precipita, no se hace visible.
Por el lado de la histeria también se pueden desplegar síntomas alojados en la perfección; en este caso, su objeto consiste en ser el Todo… para el otro; laborando para el otro, lo hacen para sí mismos. Trabajan en la exigencia de alcanzar la perfección y ser acogidos y elegidos por los otros mediante la imagen que proyectan de sí y que entienden como demanda de ese otro.
En la histeria, los otros adquieren un lugar y valor especial porque serán ellos los que avalen este lugar tan significativo y equivalente entre perfección y el Todo. Una diferencia importante con la personalidad anancástica es que la histeria es más indulgente con los otros, son más flexibles respecto a las exigencias que formulan a los demás, aunque no para sí mismos.
IV. Causas y tratamiento de la personalidad anancástica
Partimos de que la personalidad se desarrolla. Ciertamente toda personalidad se “arma” en el seno de la familia: será la primera gran marca que fundamente la existencia de un sujeto. hasta el punto de que las ulteriores experiencias tomarán como referencia esta primera gran marca sellada por el entorno familiar.
Se arma un tipo de personalidad y no otra, a partir de cómo un sujeto puede hacer frente a su existencia; la personalidad es en última instancia una manera de existir, una fórmula que un sujeto despliega para hacer frente a los hitos que le atraviesan, que le han atravesado y que prevé que puedan acontecer en su vida. ¿Cómo saber lo que está por venir? Nadie lo sabe, pero sin embargo sí conocemos aquello a lo que tenemos miedo, a lo que nos horroriza, a lo que tememos, a la angustia. Desde esta experiencia ya consolidada se proyectará en el futuro como posible fuente de malestar. Es ante ello que procuramos establecer estrategias que paralicen, que mantengan a raya o que finalmente venzamos con nuestras defensas a lo venidero. Nos dice que, en última instancia, nos defendemos. La cuestión importante es que se precipita la idea de que tanto la causa como lo que está por venir del futuro, y que por tanto nos defendemos, es lo mismo, coincide.
Aquello que causó la personalidad anancástica va a ser igual que aquello que el anancástico se defiende ante lo que se pueda precipitarse en su existencia y que lo angustia considerablemente. Se trata de la falta, de esa experiencia que en sus diversas modalidades nos hacen sentir que ni somos ni tenemos todo aquello que precisamos, que nos encontramos con la experiencia de la falta en ser, esa cosa existencial con la que inauguramos la vida y la cerraremos, exactamente igual. Siempre nos va a faltar algo (de ser o de tener), y esa es la cuestión que angustia a la personalidad anancástica, de ahí su despliegue hacia la perfección, el control, el manejo de todo (lo que puede, encontrándose con la falta, la ausencia, el vacío, la realidad, a su pesar).
Si apuntamos a un posible tratamiento de la personalidad anancástica, diremos que es más que posible que hasta que no se cristalice un síntoma, este sujeto no demandará intervención psicológica alguna. La intervención girará en torno al malestar producido por aquello que falta para poder alcanzar lo sublime, la perfección, el todo. Sobre la falta en ser, de cómo esto determina su existencia por completo, será con lo que se tenga que ver el anancástico… acompañado del terapeuta.
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