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¿Qué es el Narcisismo Primario?

I. Introducción

Freud postula el narcisismo primario y el secundario. En la medida en que establecemos que el narcisismo primario será la matriz sobre la que se precipitará la subjetividad se nos antoja abordar de forma primordial el narcisismo primario, que no dejar de ser una deducción, una inferencia que permitirá, o no, la emergencia de lo que más propiamente se ha denominado narcisismo (secundario); pero para entender este hay que profundizar en el primario, pivote de lo que va a ser la precipitación de lo que denominamos sujeto. 

El primario es un estado iniciático donde el niño catectiza la libido sobre sí mismo. Esta organización narcisista primaria prepara para la disposición de depositar la libido en objetos más allá del propio cuerpo, en el exterior. Cuando se produce una involución, una vuelta de la libido hacia el Yo, retirando las catexias de los objetos exteriores, la denominación es de narcisismo secundario. Esta es la cuestión que acontece en las afecciones narcisistas o psicosis: se sustrae la libido del exterior y se reconduce al Yo.

Así, de la unidad madre-niño surgirán, más tarde, el Yo, el objeto y el narcisismo secundario. Este narcisismo secundario es el que define la autoestima, la valoración de uno mismo, a veces razonablemente objetiva, a veces distorsionada en los extremos del déficit o la grandiosidad narcisistas. 

La continuación del narcisismo infantil se hace a partir de una estructura o subestructura del aparato psíquico que es el Ideal del yo; se trata de una formación narcisista de carácter permanente que, desde el interior del aparato psíquico, marca los modelos familiares y sociales de aspiraciones y exigencias ideales, de ideales a alcanzar y, por ende, se convierte en el regulador de los sentimientos de autoestima y sus vicisitudes. 

Estos, pues, serán los elementos que nos proponemos abordar en este texto.

II. Narcisismo Primario

Definimos al narcisismo como el pivot y la base de la operación de constitución de lo que hacemos llamar sujeto. Éste está “armado” de historia que hace de ello una estructura. Y en toda estructura, los modos de relación en ella vigentes son absolutamente determinantes.

Podemos acercarnos al narcisismo a través de la reunión de un trozo de historia con un proyecto. El narcisismo, al decir de Godino Cabas, es una proposición. La psicología popular lo define como “prepotente”, una manera de pre-posicionarse, una forma de pre-pararse en el mundo. El narcisismo nos informa acerca del lugar del sujeto.

Freud apunta la influencia determinante por parte de los padres en la construcción del narcisismo infantil; participan en esta tarea con toda la fuerza de un deseo que hace marca en el estigma de la elección narcisista. Es, pues, desde el propio narcisismo de los padres que determinan de forma activa la construcción de un lugar para el hijo; dicho lugar no es fruto de la libre determinación ni mucho menos de la libre elección por parte del hijo, sino que “habrá de ser de nuevo el centro y el nódulo de la creación: His majesty the baby, como un día lo creímos ser nosotros. Deberá realizar los deseos incumplidos de sus progenitores y llegar a ser un gran hombre o un héroe en lugar de su padre, o si es mujer, a casarse con un príncipe para tardía compensación de su madre” (Freud). Ciertamente, los ideales están sometidos a cada época; en la actualidad, seguro que estos han cambiado de los tiempos freudianos, pero la cuestión es la misma: la depositación en el hijo de ideales a cumplir.

Esta determinación hace que se trate de un legado, de una determinación desde el deseo de los padres. Son los padres quienes introducen el narcisismo en el niño, y quienes, a su vez, introducen al sujeto en el narcisismo.

El narcisismo está situado “en ese intersticio que une y a la vez separa al hijo de sus progenitores” (Godino Cabas). Es justamente esta anterioridad estructural lo que Freud circunscribe al introducir el concepto de narcisismo primario, que no es observable y que se lo caracteriza como una premisa narcisista anterior al autoerotismo.

El concepto de primario apunta al Ello, y, por tanto, el narcisismo primario es una función ligada a las identificaciones primarias en las que el sujeto no ha establecido aún ninguna diferenciación entre ambos padres (su ubicación es anterior a la castración), y a la elaboración de la diferencia sexual anatómica. Por tanto, anudamos el narcisismo al Ello; este es la articulación del soma del sujeto, de la pulsión y del Otro.

Producimos un avance al definir el narcisismo como “la peculiar estructura de intercambios entre el Yo y el Ello” (Godino Cabas). El narcisismo es el fundamento de toda teoría sobre el sujeto. Si el Yo es el heredero del Ello, isomórficamente podemos decir que en Narcisismo es el heredero estructural del narcisismo primario. El narcisismo primario está situado al nivel del Ello, y se deriva que existe una secuencia que va desde el narcisismo primario al narcisismo. 

El narcisismo primario abre nuestro análisis en el sentido de investigar “un más allá del sujeto”; éste está compuesto por el deseo parental. Esto precede al nacimiento del niño, por ello es una pre-posición, una posición anterior al sujeto.

Este lugar que venimos señalando se ubica en el narcisismo parental; de ello se deriva que la llamada del infans es la de ser allí donde el deseo del Otro era. Por tanto, el narcisismo primario es ese investimento de un lugar, como esa catectización de una cierta posición de deseo realizada por el Otro y que incumbe al hijo. Esta tensión conlleva una producción: el autoerotismo.

Los padres hablan desde un deseo (del orden narcisista), y que ese deseo habrá de cristalizarse en el niño produciendo un efecto concomitante. Pensemos en la elección del nombre dado al hijo. Este nombre es, sin duda, una invocación, el enunciado de un ideal….el nacimiento del hijo se sitúa en un nivel que denominamos de “realización del deseo”.

El sujeto comienza siendo hijo, y no recibe ese nombre de cualquier forma, de manera indiferente. Habrá de preocuparse de ello puesto que ese nombre es el significado con el que se le interpela. Así, doremos que el nombre es un punto de partida de una historia, de un sujeto y un deseo.

El Otro habla e interpela a un infans que escucha y que en este escuchar es erógenamente trabajado (a través de la oreja). Por este órgano, el niño termina embarazándose de una historia que, siéndole anterior, lo a-sujeta a un linaje y a una generación, y termina embarazándose de un proyecto que, indicándole, le propone una meta.

El narcisismo primario (a esta altura también lo podemos llamar narcisismo del Otro) es asumible como una matriz en la que se forja la condición del sujeto. El narcisismo primario es dos cosas al unísono: proyecto y discurso del Otro y, también, marca antropogénica de la especie: marca que da la matriz para la constitución del sujeto. El sujeto se precipita bajo una condición que se establece como clave. Lacan indica que esta condición es la que puede guiar el rumbo de las neurosis o bien el de las psicosis.

III. Narcisismo Secundario

Podemos distinguir el narcisismo primario del narcisismo del yo. El primero define un modo de catexia en la que el Otro ocupa y señala el lugar del sujeto. O también podría ser un discurso que tendría como finalidad la de indicar un cierto proyecto que el hijo debe de encarnar. 

En la antípoda de este proyecto se sitúa el narcisismo del yo. Lo definimos como el proceso por el cual el Yo se ofrece como objeto al Ello (Freud “el Yo y el Ello) y por el cual el sujeto asume ese proyecto, lo encarna y lo materializa.

Situemos ahora al narcisismo secundario, que corresponde al narcisismo del yo; para que se constituya el narcisismo secundario es necesario que se produzca un movimiento por el cual el investimento de los objetos retorne e invista al Yo. Por tanto, el pasaje al narcisismo secundario supone dos movimientos:

 1. Según Freud, el sujeto deposita sobre un objeto sus pulsiones sexuales parciales “que hasta entonces actuaban bajo el modo autoerótico”; la libido inviste el objeto, aún la primacía de las zonas genitales no se ha instaurado.

2. Posteriormente, estos investimentos retornan sobre el yo. La libido, entonces, toma al yo como objeto.

Como hemos mencionado, el niño sale del narcisismo primario cuando existe la confrontación de un ideal parental con el cual debe de medirse y que le es impuesto. Este niño va siendo sometido a las exigencias del mundo que le rodea, a través de los mandatos y palabras de sus padres, exigencias, pues que se traducen simbólicamente a través del lenguaje. 

Por ejemplo, la madre le habla, y también, por supuesto, habla a otros, lo cual le inflinge la herida a ese narcisismo primario. Por ello, tomará como objeto hacerse amar por el otro, complacerlo para reconquistar su amor: esto sólo se puede hacer a través de la satisfacción de ciertas exigencias, que se operativizan a través del ideal del Yo. Éste designa las representaciones culturales, sociales, los imperativos éticos que son transmitidos por los padres.

Para que el Yo se desarrolle tiene que alejarse del narcisismo primario, aunque aspire intensamente a reencontrarlo; para volver a ganar su amor y la perfección narcisista pasará por la mediación del ideal del yo.

El elemento más importante que viene a perturbar el narcisismo primario es el complejo de castración, ya que a través de él se operará el reconocimiento de una incompletud que va a lanzar el deseo de reencontrar la perfección narcisista.

Amarse a sí mismo a través de un semejante, eso es lo que en Freud se denomina “elección narcisista de objeto”. Freud matiza que todo amor por el objeto comporta una parte de narcisismo.

IV. Narcisismo e identificación

Freud articula la identificación narcisista a partir del texto de “Duelo y melancolía”.  El yo se identifica con una imagen del objeto deseado y perdido. En la melancolía el investimento del objeto retorna sobre el yo. La identificación del yo con la imagen total del objeto representa una regresión a un modo arcaico de identificación en la que el yo encuentra en una relación de incorporación al objeto. Poco después, en 1920, Freud postula que “el narcisismo del yo es de este modo un narcisismo secundario sustraído a los objetos”, afirmando que “la libido que fluye hacia el yo por medio de las identificaciones descritas representa su narcisismo secundario”.

El yo resulta de una serie de “rasgos” del objeto que se inscriben inconscientemente; el yo toma los rasgos del objeto. En resumidas cuentas, podemos contornear al narcisismo secundario como el investimento libidinal (sexual) de la imagen del yo, estando esta imagen constituida por las identificaciones del yo a las imágenes de los objetos.

V. El narcisismo en Lacan

Los primeros textos de Lacan sobre el narcisismo los formula a partir del estudio de la paranoia, en ocasión de su trabajo del caso Aimée. En su formulación, se apoya en la noción freudiana de elección de objeto narcisista. 

Aimée intentó matar a una actriz conocida, y fue internada en Saint-Anne. Este es el encuentro de Lacan con Aimée: Lacan observa que la libido estaba depositada en la imagen de la hermana, presentándose tal imagen como objeto adorado y, a la vez, persecutorio e invasor. Para Lacan, la agresividad de esta mujer hacia su hermana se desplazó a otras mujeres, siendo la tentativa de asesinato de la actriz famosa una reacción defensiva por la intrusión invasora que Aimée sentía del objeto adorado, su hermana. 

Lacan se apoya en la idea de que para todo sujeto “narcisismo y agresividad” son correlativos y contemporáneos en el momento de la formación del yo (moi). El yo se forma a partir de la imagen del otro, y se produce una tensión cuando el sujeto observa su propio cuerpo en la imagen del otro; puede percibir su propia perfección realizada en el otro, y a la vez, este otro sigue siendo exterior.

Para Aimée se había vuelto imprescindible suprimir esta imagen para que la tensión cesara y así la libido pueda retornar al yo. En Aimée no parece haber referencia al ideal del yo, instancia que está llamada a regular y mediatizar su relación imaginaria con el otro. Este estudio de la paranoia a través de Aimée fue el precursor de lo que dará como fruto “el estadio del espejo”.

En esta formulación Lacan parte de que el yo está ligado a la imagen del propio cuerpo. El infans es capaz de ver su imagen total reflejada en el espejo, suscitándose una discrepancia entre esta visión global de la forma de su cuerpo, que precipita la formación del yo, y el estado de dependencia y de impotencia motriz en que realmente se encuentra. Se evidencia la prematuración, en la condición de impotencia del niño, que en última instancia sería la razón de una tal alienación imaginaria en el espejo. 

El niño anticipa el dominio de su cuerpo, mientras que hasta ese momento se experimentaba como cuerpo fragmentado (por eso los dibujos de los psicóticos son fragmentados) ahora da un salto cualitativo muy importante: está cautivado y fascinado por esta imagen que le devuelve el espejo, sintiendo un júbilo especial en ello. Esta imagen es una imagen ideal de sí mismo que no podrá alcanzar nunca; el niño se identifica con esta imagen, se toma por la imagen, concluye: “la imagen soy yo”, aún a pesar de que, como decíamos antes, esa imagen esté ubicada por fuera de él, en el exterior (por la madre). Lacan lo formula como identificación primordial con una imagen ideal de sí mismo.

Esta identificación prepara, a su vez, la identificación con el semejante, en el curso de la cual el infans va a rivalizar con la imagen del otro; ese otro es quien posee su imagen, el cuerpo del otro es en definitiva su imagen. La imagen en el espejo y la imagen en el semejante ocupan la misma forma bajo la figura de un “yo ideal”.

En este periodo de Lacan (estudio de la paranoia) formula algunas proposiciones:

El yo queda reducido al narcisismo; no es asimilable a un sujeto del conocimiento en el marco del sistema “`percepción-conciencia”. El yo no es más que esta captación imaginaria que caracteriza al narcisismo.

El estadio del espejo se ubica en el nacimiento del yo.

Narcisismo y agresividad se constituyen en un único tiempo, que sería el de la formación del yo en la imagen del otro.

A partir de su estudio de la paranoia, Lacan destaca un rasgo universal: el yo tiene una estructura paranoica, es un lugar de desconocimiento; no reconocemos lo que está dentro de nosotros, lo vemos fuera, en el otro (por ejemplo, la proyección de los celos).

Posteriormente, Lacan aborda el narcisismo formulando la primacía de lo simbólico. Realiza una reflexión sobre la relación con el semejante; dada la identificación narcisista con el otro, el niño se encuentra fascinado y capturado por la imagen del otro, que, a su vez, marca una posición de dominio. Y marca su dominio a través del deseo, del deseo del otro. Si un niño ve a su hermano que mama del seno de la madre, será en esta imagen que va a reconocer su deseo, identificándose a ese otro, donde su deseo es el deseo del otro. Para Lacan, la imagen narcisista constituye una de las condiciones de la aparición del deseo y de su reconocimiento

Añadimos que se establece una tensión: habría que destruir a ese otro que es él mismo, destruir a aquel que representa el asiento de la alienación. Ve tanto su perfección y su deseo realizados en el otro, hasta el punto de que en la plenitud de esta pura lógica especular llega el deseo de la muerte del otro. Esta relación dual se ubica de forma inhabitable, no hay una salida solvente en esta relación entre un yo y un yo ideal, ya que no hay subjetivación: el ideal del yo (simbólico) es el que está llamado a regular las relaciones entre el yo y el yo ideal. 

Éste corresponde a un conjunto de rasgos simbólicos atravesados por el lenguaje, las leyes, la sociedad. Estos rasgos son introyectados y mediatizan la relación dual imaginaria. El sujeto encuentra un lugar en un punto, el ideal del yo, desde donde puede verse que puede ser amado, tras aceptar y satisfacer determinadas exigencias. El ideal del yo prevalece sobre el yo, lo simbólico sobre lo imaginario. Lacan alcanza a formular que será el ideal del yo quien sostenga al narcisismo. El ideal del yo representa una introyección simbólica que se construye con el significado del padre como tercero en la relación dual con la madre.

VI. El yo ideal y el ideal del yo

Freud no llevó a cabo la diferenciación entre el yo ideal y el ideal del yo; de ellos se encargaron otros autores posteriores (y como hemos visto más arriba también Lacan), como Lagache que al respecto indicó que el Yo ideal es un ideal narcisista de omnipotencia que no se reduce a la unión del yo con el ello, sino que implica una identificación primaria con otro ser, cargado con la omnipotencia, es decir, la madre. Según este autor, el Yo ideal sirve de apoyo a las identificaciones heroicas, que son las identificaciones con personajes excepcionales y prestigiosos.

El yo evoluciona a partir de un alejamiento del narcisismo primario, sin dejar de tener una importancia fundamental para el sujeto, articulando una intensa tendencia a conquistarlo de nuevo. El alejamiento se lleva a cabo desplazando la libido sobre un ideal del yo impuesto desde el exterior (los modelos familiares y sociales de aspiraciones y exigencias ideales mencionados anteriormente); la satisfacción está relacionada al cumplimiento de este ideal.

Otra autora post freudiana que abordó la temática del ideal del yo es Chasseguet-Smirgel. Ella, siguiendo a Freud, considera al Ideal del Yo como el heredero de la ilusión infantil de omnipotencia, acompañados de sentimientos de dicha con tintes maniacos y ligado a la fusión con la madre.

Añadamos en este desarrollo sobre el Yo ideal e ideal del yo a Winnicott, centrado en un concepto que podemos tomar implicado en el fundamento de las adicciones, a partir de la fusión y separación del niño de la madre. En el texto de “miedo al derrumbe” es cuando Winnicott intenta dar cuenta de un estado de cosas impensable para el sujeto, enuncia la expresión “agonías primitivas”, señalando que ese estado en el que se encuentra el niño remite a otro que en realidad ya ha tenido lugar; se trata de una agonía original que el sujeto teme que ocurra en cualquier momento, como si esta fuera la primera vez. Esta agonía alude a una muerte que se prolonga en el tiempo y no se puede saldar. En las adicciones a drogas el intento es escapar a ese estado anímico mortífero o devastador equivalente a la separación materna, y que definimos como la primera pérdida para cualquier sujeto.

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