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supervision clinica

¿Qué es la supervisión clínica?

Nos referimos a la supervisión de casos clínicos en psicología. Plantearemos una primera distinción fundamental que esperamos que se encuentre justificada después de la lectura del texto: la supervisión de casos clínicos en el contexto de la formación en psicología clínica, o de la denominada Psicología de la Salud, y la supervisión psicológica en el ámbito clínico que no está sujeta a las consideraciones estrictas de la formación académica como proceso de aprendizaje.

La supervisión que está inscrita en el proceso de formación de psicología y está condicionada por el propio lugar docente-didáctico, estará obligada a indicar si las intervenciones del que se está formando son oportunas o por el contrario no lo son; es decir, estarán sujetas a evaluación.

Esta distinción se hace importante porque la que está sujeta al ámbito académico no dejará de estar influida o constreñida a las especificaciones académicas y sociales de la época, mientras que la supervisión psicológica clínica que no está inscrita como formación universitaria académica pueda gozar de otras consideraciones que la pueden hacer más libre.

Desde el plano universitario, la supervisión tiene el objetivo de potenciar la capacidad del supervisando para realizar una intervención terapéutica eficaz con el consultante, desarrollar la capacidad de observarse tanto a sí mismo como al paciente.

El Department of Health (1993) realiza la siguiente definición sobre la supervisión en psicología: “Un proceso formal de soporte y aprendizaje que facilita a los profesionales en formación desarrollar conocimiento y competencia, asumir responsabilidad sobre su propia práctica y mejorar la protección y seguridad de la persona que recibe cuidados en situaciones complejas”.

  1.  Formación académica, supervisión y experiencia

Es, realmente, una minoría de Universidades que incluyen la Supervisión clínica en psicología como parte del proceso formativo. Sin embargo, nos parece incuestionable la pertinencia de esta inclusión porque representa una parte fundamental del proceso formativo.

En la instancia de la supervisión convergen aspectos didácticos que se han puesto en juego a lo largo de la formación y la intervención terapéutica que se genera en el contexto de la praxis.

Entre la didáctica y la acción terapéutica transita la experiencia. Algo que es demandado por la sociedad para con los noveles profesionales, o para profesionales en ejercicio, es que tengan experiencia por anticipado para que puedan operar con los sujetos en dificultades.

También la ciencia aporta la experiencia de los sabios, detentores de un saber que no es cuestionable, y, por fin, los noveles que desean tener experiencia y los terapeutas ya rodados que desean compartir espacio en el Olimpo de los sabios.

Una vez que queremos transitar por la experiencia, nos topamos con inquietudes que se tornan obstáculos.

Uno de los más directos con los que se topa la experiencia se precipita a partir del deseo de controlar a través del saber académico y, además, ante la emergencia de la angustia por no saber.

En el ámbito académico, las ciencias y sus postulados van por delante de cualquier otra consideración, hasta el punto que se establecen pares antitéticos: saber popular-saber técnico/intelectual, saber objetivo-saber subjetivo. El resultado de ello es que se pone en juego un dispositivo académico de enseñanza que confronta al sujeto respecto de la ciencia y de su subjetividad, alcanzando a proponer dos modelos de saber muy distintos. No solo está la propuesta de dos saberes, sino que se estimula la erradicación del saber subjetivo, y, por tanto, de la concepción del sujeto.

La psicología vinculada a esta visión científica, positivista, opera con el saber apegado a una verdad de corte absoluto. Esta verdad viene dada por una constatación externa al sujeto, bajo la consecuencia de que el terapeuta se convierte en un consignatario de la verdad, a un paso de traducirse en fedatario.

Esta consignación se le otorga al terapeuta mediante la autoridad de un saber que ya está prefijado de antemano (por eso es absoluto) sin permitir atajo alguno. Esto se confronta con la propia posición del postulante en formación al escuchar el relato del consultante porque no puede hacerlo bajo la consigna de conceptos, clasificaciones y categorías. Si lo hiciese bajo este supuesto, se ubicaría en la parte didáctica, pero no en la clínica y es entonces cuando la intervención no va. Conviene que ante la emergencia de la escucha ocupe el lugar de la atención flotante. Y, entonces, el supervisor, terapeuta ya consignado, ¿no tendría que hacer algo equivalente con el supervisado?

Si el supervisor actúa como consignatario de la verdad, se puede convertir en la verdad misma, bajo la fórmula de un notario que constata el proceder del practicante novel con el consultante, es decir, mediciones y la certeza

Esta consecuencia positivista sobre el lugar del terapeuta es contrapuesta a la postulación de Lacan del Sujeto Supuesto Saber (s.s.s.), Durante un trayecto largo el terapeuta se ubica en esta posición s.s.s. para finalmente destituir-se del lugar del saber.

La ciencia y el modelo social actual apuntan a la certeza. Esta debe de ser absoluta, o si se quiere medible, evaluable, cuantificable. El ideario de la formación en Psicología de la Salud parte del postulado de que lo subjetivo no es estandarizable, queda fuera de lo medible, y desde ahí ya directamente queda expulsado y denostado.

El problema, que nos dice muy bien Agamben, es que la experiencia es incompatible con la certeza. Si convertimos la experiencia en medible y certera, la experiencia pierde absolutamente su particularidad y autoridad.

En el ideario de la ciencia está la expropiación de la experiencia (Agamben). En su nacimiento, la ciencia se ha apoyado en la desconfianza hacia la experiencia tal como ha sido entendida tradicionalmente.

Este mismo autor postula la pobreza de la experiencia en la época actual; no porque el pasado forme parte de la nostalgia o sea mejor, o lo idealicemos, o porque en el presente las experiencias sean insignificantes; más bien es al contrario: la actualidad es rica en acontecimientos significativos; en cambio, existe una incapacidad de pasar dichos acontecimientos a la experiencia. Por ello, es insoportable la cotidianidad, nos dice Agamben; la insoportable levedad del ser, apunta kundera

Este achicamiento de la experiencia se expresa en lo cotidiano, teniendo sus implicaciones en distintos ámbitos sociales, siendo de forma marcada y privilegiada en el marco de la producción y transmisión del conocimiento.

Hay que aclarar que la experiencia es algo que va más allá de ser un proceso de conocimiento, de eso hay mucho, y de implementación de habilidades y destrezas. En el campo que nos ocupa, psicológico-clínico, es la capacidad de preguntarse sobre aquellos aspectos inconscientes que se precipitan como obstáculos en el lazo transferencial. Por eso, a la experiencia le corresponde la inquietud de la pregunta.

La inflexión a la que nos apunta Agamben es que esta travesía actual de lo social y de la ciencia a partir de la postulación de la verdad científica y de su sobrevaloración nos exilia como sujetos de la experiencia misma y nos aboca a la desubjetivización.

Por fin, nos encontramos en el tramo de indicar que la apuesta positivista conforma la supervisión psicológica en psicología bajo el auspicio de una intervención clínica, terapéutica, mediable y cuantificable erradicando lo subjetivo y la experiencia.

Así, es habitual definir y contextualizar la supervisión como un tipo de intervención evaluativa acerca del desempeño del terapeuta. Esta intervención se propone alcanzar varios objetos:

  • Mecanismo de control de calidad de las intervenciones realizadas en el marco terapéutico
  • Un espacio que facilita la eficiencia del trabajo clínico
  • Indicación de las competencias anudadas al trabajo clínico
  • Despliegue de soporte emocional al terapeuta.

Este último objeto no debe de confundirse como parte que sustituye a la terapia propia del terapeuta.

  1.  Supervisión y transferencia en terapia

La posición del terapeuta alcanza todo su valor cuanto adquiere la capacidad de diferenciarse, y separarse, de la propuesta científica, médica o psiquiátrica. Se separa para transitar por un discurso propio. Esta capacidad le sobreviene por la transferencia, aquello que es más peculiar y propio del trabajo terapéutico. El terapeuta se propone, ocupa el lugar, que permite que el consultante deposite en su persona las expresiones de lo reprimido, además de lo que escapa a la rememoración.

Este lugar permite acceder a la propuesta de entender la supervisión de casos clínicos como un dispositivo que no se ubica en posición de evaluar la eficiencia del terapeuta en el trabajo psicológico, sino que se dirige a los agujeros que tiene la escucha del terapeuta en su posición frente al consultante. El supervisor tomará como trabajo el operar en torno al lazo transferencial entre el terapeuta y el consultante.

El supervisor podrá articular el lazo transferencial anudado a las intervenciones que realiza el terapeuta frente al consultante, incluyendo la función de cuestionar-escuchar como forma de soportar el trabajo psicológico frente al relato del consultante.

  1. Transferencia y experiencia

Leff postula que escuchar el lazo transferencial implica advertir las marcas del tizne que deja la operación de “estar juntos en la misma chimenea”. Estar advertido conlleva el tener la capacidad de leer los efectos de esta posición que nos ayudará a intervenir sobre ella.

La experiencia será aquello que nos deja como marca el lazo transferencial, a ella tenemos que dirigir nuestra lectura, tanto desde el lado del supervisor como desde el terapeuta que escucha el relato. Larrosa indica que es incapaz de experiencia aquel a quien no le pasa nada, a quien nada le toca y no se deja tocar.

La experiencia supone un acontecimiento cuando descubrimos que estamos impregnados en el lazo transferencial. Esta experiencia se abre a un pensamiento listo para la acción, se presenta opuesto a la repetición, transforma posiciones; no hay imposiciones externas sobre este marco, no están definidas por ese exterior dando lugar a un proceso subjetivo único.

Al inicio de este texto indicábamos la pertinencia de indicar las dos posiciones posibles en supervisión, la académica y la propiamente clínica; ciertamente, en la primera también va a ser intervenida por la clínica, en cambio hay que tener en cuenta los efectos de los requerimientos del marco formativo-didáctico. Aún así, bajo la posibilidad de introducir la Supervisión clínica en el proceso formativo de la Psicología postulamos la propuesta de presentar ante los que se encuentran en formación la apuesta clínica: reelaborar el decir de su propio decir. Por supuesto, esta propuesta siempre estará encima de la mesa cuando nos ubiquemos en la Supervisión psicológica clínica no inscrita en el proceso docente-formativo.

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