1.Introducción
Hoy, la relación con los otros, ahora veremos qué otros, pasa por la precipitación de formas de segregación, de expulsión, agresión, violencia y odio que se despliegan en un marco favorecido por la intolerancia bajo las consignas de carácter totalitario.
Las características de esos otros contra los que se dirige el odio y la violencia están marcadas por el signo de la diferencia; presentada bajo la figura del extranjero, del emigrante, de la mujer, de la homosexualidad, del que porta otra religión, del que defiende otra ideología, o de los otros pueblos no pertenecientes al nacionalismo emergente.
Si bien es una realidad que estas características siempre han estado presentes, en la actualidad podemos decir que se han vuelto moneda de cambio permanente. El odio hacia el diferente siempre ha estado en la historia, y cuando se genera odio la violencia es su correlato.
Recordemos el despliegue de odio y exterminio del mundo ario hacia el judío, de los judíos hacia los árabes (y al revés), de la religión cristiana hacia los infieles (tanto ateos, agnósticos y de otras religiones), de los musulmanes (o de alguna secta de esta religión ) hacia los no creyentes (muy presente en la actualidad), o en otras pequeñas diferencias como las que se articulan entre los alemanes del norte y del sur, o de los italianos, igualmente, del norte y sur; o en algo que nos atañe más de cerca a nosotros: el desprecio de los españoles hacia los portugueses, o el mismo entre el nacionalismo de algunas comunidades en España hacia la denostación de otros pueblos de nuestro país (Extremadura, Andalucía, etc.).
Igualmente, conviene resaltar, a nivel mundial, la violencia ejercida contra la mujer, también marcada por la diferencia; o las agresiones contra las otras opciones de identidad sexual, alejadas del marco hombre y mujer, donde la exclusión alcanza el punto de la eliminación del otro, desde la agresión física y verbal hasta el asesinato; y muchas veces, estos actos de odio están encubiertos por la masa, por el grupo, donde la subjetividad desaparece poniéndola al servicio de un ideal grupal y social. Ideal sectario, totalitario, abanderando el odio y la venganza.
Nuestro intento será abordar este odio a la alteridad, al otro, en aquellos espacios donde se conjugue el Yo y el otro; desde el par hombre y mujer hasta la formulación de grupos diferentes bien bajo la religión, la ideología o comunidad, o bajo la denominación de identidades sexuales diversas.
La hipótesis que intentaremos abordar es que el odio está marcado por la existencia de la insoportabilidad de algo propio, de algo que nos pertenece, de algo alojado en nuestra intimidad que hace juego con el exterior. Lo de fuera y lo de dentro es la misma cosa. Se odia lo de fuera por la insoportabilidad de lo interno.
2. El odio
Si hay algo que se ha prodigado desde el ámbito religioso y que ha atravesado a las generaciones son las consignas sobre el amor al prójimo (“ama al prójimo como a ti mismo”) o sobre el amor de Dios a los hombres. Curiosamente, no se aborda la cuestión del odio, queda soslayado, aunque se hace presente cuando Dios arremete con toda su ira contra aquellos que adoran a otros (el becerro de oro) o cuando le ordena a Abraham que ofrezca la muerte de su propio hijo como prueba de amor hacia él.
El odio antecede al amor, al igual que el displacer es anterior al placer. El odio pertenece al Yo. Es la notación que el Yo hace para poder conservarse y afirmarse. Se trata de una posición primordial por parte del Yo donde recusa al objeto, al otro.
Freud denomina a esta instancia psíquica como Yo-placer purificado, constituyéndose como organización narcisista. El odio surge del rechazo primordial de la instancia narcisista que siempre demandará para sí ideales de grandeza, omnipotencia, de unidad plena y perfección. De lo que se sigue que lo externo, la alteridad, recusa y refuta los ideales que abandera este Yo; este lo consigna como sensaciones no introyectables, displacenteras e intolerables.
Ese otro, el objeto, se caracteriza porque es una instancia que suministra estímulos que contradicen la ilusión de autosuficiencia. El Yo es narcisista y autoerótico, ejerciendo la actividad de búsqueda de satisfacciones en el cuerpo propio; el objeto en tanto externo señala al niño que precisa de su asistencia para vivir, para su propia conservación, mantenimiento y autoafirmación, pero desdice su ánimo omnipotente, de bastarse a sí mismo. Este es el drama.
El niño va a introyectar aquello que le es transmitido o relacionado con esa instancia. Y he aquí una operación importante que se precipita: una parte de lo introyectado hará juego con la instancia yoica de la búsqueda de satisfacción, es decir no le producirá cuestionamiento alguno, será admitido por el orden narcisista del Yo. Pero, habrá otra parte intolerable que este Yo no podrá asumir, pero que está. El resultado es una expulsión del núcleo del Yo, pero dentro del Yo. Se sustenta esta expulsión por la insatisfacción máxima para este Yo narcisista. Su resultado conllevará la inscripción de odio y de ajenidad a dichas mociones intolerables; el odio se inscribe como marca en el corazón del Yo, dando lugar a que este odio en nuestra intimidad se pueda, ya posteriormente, proyectar fuera, en otro. Así, lo que odiamos es, a la vez lo que está dentro y fuera de nosotros, siendo la misma materia. Por eso, no podemos escapar del odio.
Decía Freud que “El yo odia, aborrece y persigue con fines destructivos a todos los objetos que se constituyen para él en fuente de sensaciones displacenteras”
El origen del odio proviene de esta situación donde el otro es un medio indispensable para la vida. Entonces, lo doloroso para este Yo de placer purificado es porque no es correlato, no deviene, del cuerpo propio, sino que el origen es exterior.
3. Pequeñas diferencias versus consecuencias máximas en el narcisismo
Abrimos este apartado para referirnos a la diferencia a través de lo corpóreo; la diferencia en los cuerpos masculino y femenino, es decir aquello que se articula como diferencia sexual en el Complejo de Edipo.
El cuerpo de la mujer plantea al hombre una diferencia radical, absoluta, donde además el intento narcisista de igualar al otro, mujer, al hombre no será posible en ninguna versión. La diferencia marcará un fracaso absoluto del narcisismo del hombre sobre la mujer, cuyo saldo será el odio en la medida en que recusa la universalidad fálica (narcisista).
En el caso de las niñas, en referencia a la marca fálica, se articula a lo real de una carencia; es una privación que hace marca en la valoración narcisística de la niña y su cuerpo. Esta marca hará presencia en la mujer adulta a través de la valoración de su imagen.
Esta diferencia que se hace presente mediante el cuerpo, dota a la niña de una privación de valoración narcisista; y a la vez esta representación devaluada representa para los niños un alter ego intolerable ya que es tomada como castigo por la pasión amorosa prohibida dirigida hacia la madre. Este cuerpo se armará como cuerpo extraño para los varones, bajo la característica de ser peligroso y ominoso. La ausencia, la privación en la mujer, desliza el asunto de la castración propia; por ello, también pasa a ser odiada y vilipendiada.
Cuando articula Freud el “amor de sí” señala que “en las aversiones y repulsas a extraños con quienes se tiene trato podemos discernir la expresión de un amor de sí, de un narcisismo, que aspira a su autoconservación y se comporta como si toda divergencia respecto de sus plasmaciones individuales implicase una crítica a ellas y una exhortación a remodelarlas. No sabemos por qué habría de tenerse tan gran sensibilidad frente a estas particularidades de diferenciación; pero es innegable que en estas conductas de los seres humanos se da a conocer una predisposición al odio, una agresividad cuyo origen es desconocido y que se querría atribuir a un carácter elemental”…
En última instancia es una amenaza para el pleno contento de sí que deviene de la satisfacción compartida con la figura materna. De esta forma, lo diferente, lo extraño, se denuncia como la primera presencia ominosa que aleja al Yo de lo más familiar, conocido y cercano. Esta representación (familiar, cercano y conocido) hace cuerpo en la madre, que es a fin de cuentas quien aporta una felicidad mediante el supuesto de la completud absoluta como posible. Entonces, la divergencia representa poner en tela de juicio la completud. He aquí otro aspecto no asimilable.
Para algunos hombres heteros, la presencia de otros con identidad homosexual es inquietante. La proximidad precipita la pregunta sobre el goce propio y el del otro. La proximidad confronta al sujeto hetero con sus elementos homosexuales y pone en juego la cuestión del goce. Ese otro al gozar le sustrae del propio al sujeto hetero-narcisista. Por ello, el odio está convocado.
En la actualidad, se hace pródigo la violencia contra identidades diferentes a la heterosexual, muchas veces llevadas a cabo en grupo. Se trata de eliminar esa diferencia que recusa que la heterosexualidad sea la única posible; la rabia del agresor marca su impotencia en su intento de obligar al homosexual a que se reconvierta en la única sexualidad posible para este grupo, siempre desde la precipitación narcisista.
4. La diferencia desde el grupo
El otro también se hace presente en el grupo; en este, temporariamente se pone en suspenso la intolerancia y la agresividad derivada del odio hacia el otro. Se trata de los lazos de homogeneidad que se precipitan en el grupo bajo el supuesto de que sus miembros se toman por iguales respecto de otros que no pertenecen al grupo de referencia. Es una restricción que admite el narcisismo, por el amor entre los compañeros de grupo; los intereses que comparten dan paso a la tolerancia y a la alteridad.
Otro factor que cohesiona al grupo es el dirigente. Ante él, se establecen una idealización que permite seguir los preceptos que marca la jefatura, dando lugar a los intereses unificados entre los participantes frente a los otros, diferentes y externos.
Desde la lectura psicológica, diremos que se trata de una travesía del narcisismo del individuo al narcisismo colectivo. Investimos de amor narcisista a aquellos que son del mismo grupo o comunidad, excluyendo a aquellos otros que pertenecen a una distinta, y que, por tanto, serán objeto de odio y violencia.
En estas circunstancias se encuentran los grandes grupos como los nacionalismos y las religiones. La religión predica el amor siempre que sea entre los miembros que pertenecen a ella; en cambio se mostrará dura, cruel e intolerante hacia los no pertenecientes. No hay religión que se encuentre libre de intolerancia; no hay amor de sí que no sea hacia quienes comparten nuestras mismas creencias, y en cambio el odio se volcará hacia quienes difieren de las mismas bajo las figuras del hereje e infiel derivando en sentimientos de destrucción.
En los nacionalismos encontramos la misma afinidad narcisista ya mencionada anteriormente. Entre los pertenecientes a esta unidad, se busca un estatus identitario, alzada en importancia y grandeza, frente a los otros, vecinos geográficos en muchas ocasiones que hará necesario denigrar, denostar al vecino no identitario (bajo el título de poco trabajadores o de condiciones físicas, etc.) para ensalzar y dar sentido al narcisismo propio del grupo.
Existe un aspecto importante que debemos considerar: la imposibilidad de reconocer como propia la necesidad del extraño divergente. El extraño, el diferente, el extranjero, el emigrante, el otro, permite exiliar, negar, resarcir los perjuicios que sufren dentro de su propio círculo, y desde ahí se hace necesario para poder externalizar el dolor, la insuficiencia narcisista.
Dentro de un grupo existen sujetos dañados, lo cual no impedirá que estos se puedan identificar al que daña; se produce una identificación, oprimido con el opresor, a pesar de la hostilidad sentida. Esta circunstancia permite ejercer un goce de amo sádico frente al otro, el divergente y extranjero. Así se arma la paradoja: aquello que odiamos está fuera y dentro, al unísono.
Bajo la figura del odio se implementa otro elemento de carácter compulsivo: una actitud decidida de integrar y ajustar al yo del amor en sí (propio, del grupo) al otro, al diferente, divergente y hereje; eliminar su carácter diferente para igualarlo, integrarlo, en nuestra comunidad, convertirlo en suma en un adepto fiel (judíos conversos).
5. La extimidad
Lo éxtimo es lo que está más próximo, lo más interior, sin dejar de ser exterior.
Lacan nos sitúa indicando que lo exterior como interior no siempre alcanza a producir racismo; solo se precipitará cuando está cerca, y se vuelve amenazante. El concepto de extimidad es un modo de decir que lo exterior está presente en el interior.
Si el otro está en mi interior en posición de extimidad, es también mi propio odio. Aquel otro ante el cual me ubico en posición sádica, externo-extranjero-emigrante, especularmente es el sádico opresor que se encuentra en mis propias filas donde nos ubicamos como objeto sádico del mismo, y que, por ello, me detesto, me odio. Así podemos odiar al emigrante evitando el odio hacia mí mismo.
Otra circunstancia donde se puede observar la extimidad es en las relaciones más cercanas, entre padres, parejas, hermanos, amigos. Constituyen para nosotros un bien íntimo, incluso una parte de nuestro propio yo, y a la vez, por otro lado, se constituyen como una parte extraña, hasta el punto de enemigos (“enemigos, una historia de amor”, de premio Nobel . En estas relaciones siempre hay hostilidad que anima la destrucción del otro.
Pensemos en las relaciones fraternas. Un hermano desdice que el uno sea el todo para los padres, esto produce odio, más allá del aspecto íntimo sostenedor del amor. Ese íntimo, incluso a partir de su presencia corpórea, me produce dolor y odio; no soy todo, rasgadura narcisista.
Apuntemos un rasgo en la actual época en que vivimos, la pandemia. Esta y su correlato, el confinamiento, nos confronta a la paranoia generalizada concerniente a un virus que no podemos ver, pero que podemos contagiarnos; el vehículo para ello es el otro.
La consigna deslizada es la distancia social que no es otra cosa que el distanciamiento de los cuerpos. Medida con la cual se pretende atemperar el temor, la amenaza hacia la propia vida. Además, el confinamiento en las casas, el cuerpo social, se torna como solución frente a la amenaza del virus. La situación, utilizando el título que nos ocupa, extimidad, es permanente en la medida en que el extranjero se ubica fuera de nuestras casas, pero también podemos hablar de la extimidad del otro lado, la de adentro, una distancia con uno mismo, haciendo juego con el texto de Freud sobre lo ominoso: lo extrañamente familiar, haciendo que el confinamiento se caracterice más por lo subjetivo que por lo físico (un familiar cercano también nos puede contagiar)