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Relaciones tóxicas. ¿Qué son y cómo saber si estás en una relación tóxica?

Las relaciones tóxicas se dan en diferentes ámbitos, convirtiéndose en diferentes tipos de relaciones tóxicas (pareja tóxica, amistad tóxica, familia tóxica o, incluso, compañero tóxico).

Las características más determinantes en las relaciones tóxicas son el carácter destructivo, inhibitorio, culpógeno y represor. Aunque sea común señalar que una de las partes destruye al otro, esta característica incumbe a ambas partes de la relación.

Rápidamente nos asaltan preguntas de si es posible mantener relaciones tóxicas en uno solo de sus ámbitos de relación o es probable que ese sujeto tenga esa tendencia a mantener relaciones en diferentes ámbitos de su vida. Quizá contestemos a estos interrogantes.

¿Qué significa tóxico?

Se suele definir como “venenoso o que puede causar trastornos o la muerte a consecuencia de las lesiones debidas a un efecto”. De entrada, esto nos confunde. Se externaliza el tóxico, está fuera, y además conllevando que el sujeto que nos habla de la toxicidad de la relación se excluye de la fórmula, no interviene. Craso error; en puridad no es un error, aquí el sujeto se úbica en un lugar que le permite excluirse de la fórmula y no hacerse responsable de la situación.

En las relaciones de pareja y amistad, fundamentalmente, se da la elección. Se elige pareja, se elige amistad. La familia no se elige, pero sí podemos optar por un tipo de relación u otro.

Allí donde apuntamos es a devolver al sujeto la responsabilidad que le pertenece; no podemos aceptar que un sujeto se excluya de la fórmula de que no tiene que ver con el veneno.

Aclarar que no se trata de imputar, culpar al sujeto, sino de darle la responsabilidad y de las herramientas para la reflexión sobre sí mismo. Algo tendrá que ver porque elige, y lo hace de forma consciente e inconsciente. Y en este intersticio se cuela el deseo humano, que genera una especie de patrón a seguir. Y en este patrón, hablaremos de algunas cuestiones que intervienen: la repetición y la ambivalencia, el placer, el goce y la adicción.

Cuando una persona siente que una relación le destruye, que no le deja crecer como sujeto, sintiéndose culpable, etc.  también se da, a la vez, que su realidad psíquica le dificultad de hablar de ello ante los demás, y “sabe” que, a pesar de lo insatisfactorio de la relación, no “puede” separarse, no puede ni dejar a esa pareja o a esa amistad.

Hay algo que hace que a pesar del malestar prosiga en la relación o no cree otra forma distinta de estar con el otro que no tenga estas características. El sujeto se queda ahí, en clara situación de dependencia. Se parece, pues, a un tipo de adicción.

Placer y goce en las relaciones

En general podemos decir que en las relaciones existe una búsqueda, y quizá un encuentro, con el placer; mientras que cuando ya no es satisfactoria la relación porque implica un malestar determinante, entonces nos ubicamos en el campo donde la relación se convierte (o se repite) como tóxica, y el encuentro es con lo que denominamos goce.

El principio del placer es un principio que, junto con el principio de realidad, gobierna la actividad mental. Se parte del supuesto que el conjunto de la actividad psíquica tiene la finalidad de evitar el displacer y procurar el placer. El placer va ligado a la disminución de las cantidades de excitación. La disminución de estas cantidades (de displacer, de tensión) es lo que permite el acceso al placer.

Para Freud el placer no era el fin en sí mismo, sino que nuestros actos vienen determinados por el placer o displacer producidos en el presente por la representación que tenemos de ellos.

Es necesario diferenciar entre goce y placer: el goce no proporciona placer, el goce es antinómico con el bienestar, puede incluso confinar el dolor. Esto es lo que le permite a Lacan formular que el principio del placer equivale al temor a gozar, el principio del placer equivale más bien a dormir, relacionándose el goce más bien con el despertar sin medida.

Al estar fuera de lo simbólico, va a tender a retornar en lo real y es lo que se va a encontrar en el síntoma, de la satisfacción que el sujeto encuentra en sus síntomas, de lo que Freud abordó como masoquismo primordial.

Cuando hablamos del superyó, hacemos referencia al goce. Son dos conceptos articulables en su descripción. El superyó está justamente en la conjunción de lo simbólico y de lo real. El superyó, tal y como lo articula el psicoanálisis es una ley que se articula apuntando al goce, haciendo de él un imperativo: ¡Goza! Freud sitúa al superyó en el declinar del complejo de Edipo porque el superyó es un llamado al goce puro, un llamado a la no castración.

El superyó implica el cuestionamiento del bien para el sujeto como valor. El sujeto está apegado a algo que no le hace bien (véase la similitud con las relaciones tóxicas), a algo que no colabora en su bienestar. Es el goce de lo que se trata, del goce como bien absoluto y separado del bienestar del sujeto. En definitiva, ese es el veneno, salvo que se encuentra en el interior del propio sujeto. Le es propio, le pertenece.

¿Qué es la Ambivalencia en una relación tóxica?

Freud encuadra a la “ambivalencia” como una tensión permanente entre amor y odio al mismo objeto, una relación ambivalente con el semejante. Erotismo y agresividad que se establece en forma reversible entre la imagen de completud que amenaza con hacerse añicos.

De esta manera, toda relación presente y futura será ambivalente en cada acto aparentemente afectuoso o amoroso.

Adicción en la relación tóxica

En el diccionario de Psicología de J. Farré Martí se define la adicción como “la tendencia imperiosa de la persona que pierde su capacidad de dominio en relación al consumo de drogas, al uso de objetos – ordenadores, televisión – a la repetición de actividades – juego compulsivo -, hasta el punto de dañarse a sí mismo o a la sociedad”.

Belloch y otros en el Manual de Psicopatología refiere a la adicción no tóxica y la define como la “dependencia hacia un objeto o actividad donde no existe ingesta de ningún compuesto químico que ocasione cambios biológicos nocivos para el organismo”.

Es una conducta persistente donde el sujeto pierde el control voluntario, incrementa la frecuencia o cantidad de la actividad a medida que pasa el tiempo. Es progresivo. Lo paradojal de lo recién mencionado es que por un lado se busca efectos placenteros y por el otro se observa en esta patología el efecto negativo sobre el individuo y la sociedad.

Se considera adicto a la persona que está habituada a una sustancia o práctica especialmente considerada peligrosa. Adicción implica dependencia. La ecuación simbólica sería: dependencia-esclavitud.

En la dialéctica del amo y del esclavo, Hegel plantea que para que el amo sea amo debe existir un esclavo y viceversa. En este caso es el sujeto adicto quien depende de una sustancia o práctica, es el esclavo. Es quien sacrifica su libertad, deja de controlar su vida. Es el amo, la sustancia, objeto o práctica adictiva quien maneja toda conducta del esclavo, del adicto.

La importancia de la terapia y mediación familiar

Las relaciones se pueden volver tóxicas, y a veces no se sabe cómo salir de ahí, lo que hace necesario tener un apoyo externo especializados en estos temas. Si estás interesado en la formación en mediación familiar, puedes echar un vistazo a nuestro curso.

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