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Salud mental en el entorno de trabajo

I. Introducción

Para acercarnos a esta temática es preceptivo apoyarnos en algunos elementos que se invocan en el propio texto: la salud mental, el entorno del trabajo, y el medio dónde se inscribe en la actualidad el trabajo. Y el sujeto que está en todos los elementos enunciados.

El mundo del trabajo se ha modificado tanto en su versión tecnológica como en las condiciones de contratación. Estas han pasado de una contratación fija en la que los trabajadores podían aspirar a realizar su carrera profesional en la misma empresa y si acaso en el mismo contexto laboral a contrataciones parciales, de contrato definido, de horas, de contratos escritos a verbales, etc.

Estas condiciones afectan a gran cantidad de personas, hasta alcanzar a todas las que están inscritas en el mundo laboral en cuanto la modificación de unas cuantas repercute en el total del colectivo. Igualmente ejerce su influencia en todas aquellas personas que están por ingresar en el marco laboral.

Por su parte, las empresas a partir de estas modificaciones, se dirigen a adaptarse a las nuevas exigencias del mercado en lo que se ha llamado la aldea global, generando nuevas demandas y exigencias a sus empleados, alcanzando a cambios complejos en torno a las actividades laborales.

Esto se formaliza así hasta el punto de que tanto el trabajo emocional y las interacciones sociales más habituales, añadiéndole una masa numerosa de personas que participan en las labores cotidianas (desde jefes, proveedores, clientes, compañeros, formadores, estudiantes en prueba, etc.) ejercen su influencia en la salud y en el bienestar de los trabajadores. En última instancia incide de forma negativa en la eficacia de producción de las empresas, en la medida en que se conforman como entidades que generan situaciones de estrés laboral, agotamiento laboral, desgaste y ansiedad emocional.

Estas nuevas situaciones socio-laborales tienen como consecuencia la fusión de empresas emergiendo auténticos monstruos empresariales que eliminan cualquier capacidad de competencia, de servicio a las necesidades de las personas; otras de las consecuencias, son la desaparición de empresas pequeñas, muchas de ellas de carácter familiar o de sostén económico de ciertas zonas geográficas haciendo emerger la inestabilidad e incertidumbre laboral alrededor del mundo del trabajo y de los trabajadores precipitando la pérdida de proyectos personales y familiares, empujando a la aparición de vacíos existenciales.

II. Salud mental

El concepto de salud mental ha estado vinculado de forma histórica a la psicología clínica, concretamente a la evaluación, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales.

Nos conviene hacer una breve travesía por la historia del concepto para estar con posibilidades de relacionar la salud mental con las condiciones actuales de trabajo laboral.

La salud mental, ciertamente, no es solo la ausencia de trastornos mentales, cuestión que nos recuerda mucho al concepto de enfermedad desde la perspectiva médica (la ausencia de manifestaciones corporales, cuestión que nos acercaría paradójicamente a la muerte).

Nuestro primer acercamiento, nos señala que es un estado de bienestar que comporta que el sujeto sea consciente de sus propias capacidades, lo que le permitirá afrontar las tensiones normales de la vida, le ayudará a trabajar de forma fructífera, incidiendo como producción en la comunidad a la que pertenece. Recordemos que el origen latino de la palabra salud alude a la capacidad del ser humano para afrontar aquello que le trae su existencia.

Houtman y Compier (2001) postulan que la salud mental se conceptualiza de tres maneras diferentes y generales: como estado, proceso y resultado.

El estado hace referencia al bienestar psicológico y social total de un individuo en un contexto sociocultural dado, indicativo de estados de ánimo y afectos positivos (esto es, satisfacción, comodidad); también incluyen los negativos (insatisfacción, ansiedad, depresión).

El proceso refiere a una conducta de afrontamiento (postula la separación del sujeto de lo familiar). Y como resultado indica un estado crónico debido a una confrontación intensa con un factor estresante (aquello que se deriva de estrés postraumático) o también, ante la concurrencia de un elemento estresante, no precisa que sea intenso, que es lo que se da en el agotamiento, en las psicosis, en los trastornos depresivos severos, en los trastornos cognitivos y en el abuso de sustancias.

Recordemos a Erich Fromm que se formula la pregunta (y la respuesta), de si es factible que en la actual sociedad industrial el hombre pueda seguir estando mentalmente sano. Reflexiona sobre la patología del hombre normal, aquel que él toma como adaptado socialmente; la normalidad va a ser reseñada en función de la adaptación a la situación socioeconómica, lo que conllevará, a su vez, problemas para una gran mayoría de los humanos, más allá de la posición subjetiva que mantengan.

Fromm añade que los métodos actuales de producción y las adaptaciones psíquicas que tiene que hacer el ser humano para dar cabida a las exigencias del trabajo actual implica que se le demanden actitudes y rasgos de carácter social que lo enferma psíquicamente. Es decir, lo bueno para el funcionamiento actual del régimen económico resulta ser nocivo para la conservación de la salud mental del hombre.

Fromm investiga la patología de la normalidad. Señala las repercusiones patológicas que tiene para el hombre la economía de mercado. Destaca que, en el centro del padecimiento de lo normal, se ubica la incapacidad creciente del hombre para relacionarse con la realidad. Además, esta formulación le permite postular seguidamente que el hecho de que en la actualidad no se vea anormal la cosificación, la anulación, la depreciación y la dependencia de las personas de los objetos del mercado indica justamente, la patología de la normalidad.

Este discurso de analizar el contexto actual de la problemática de la salud mental desde la normalidad le permite sostener que la salud mental es un concepto social, relativo, que corresponde al estado de ánimo de la mayoría de la sociedad. Da dos pasos más para señalar que, entonces, realmente la salud mental responde a la adaptación a las formas de vida de una sociedad determinada, sin reflexionar si tal sociedad “está cuerda o loca”. Lo único importante a tomar en cuenta si un sujeto dado se ha adaptado o no.

El estudio de la salud mental conlleva actividades que directa o indirectamente se encuentran relacionadas con el bienestar mental que define la OMS hablando de salud. En su discurso, la OMS señala que la salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

El completo bienestar al que se alude está atravesado por los ideales. Los ideales se vinculan con la armonía, que es efímera y dista mucho de corresponderse al funcionamiento del aparato psíquico. Freud en su texto de “Más allá del principio del placer” postula la existencia de una fuerza que no se somete a las normas del principio del placer, algo que impide, pues, que sea posible alcanzar psíquicamente dicho bienestar presentado; y en el mejor de los casos, el bienestar invocado no estaría presente de forma continua.

Opuestamente al término salud tomado como bienestar posible y completo se precipita la figura del síntoma, que es un malestar… que insiste. El síntoma es aquello que con su resistencia no se puede eliminar; se torna como un malestar estructural, inherente a la misma vida. El síntoma impide que las cosas marchen, al decir de Lacan, y promueve un sufrimiento subjetivo, distante de una posible armonía en el sujeto. El síntoma es el responsable de hacer ruptura con el anhelo de una salud mental completa, se rompe la fantasía de unidad de alcanzar un estado del bienestar.

Frente a los ideales del discurso capitalista de eliminación de los síntomas del malestar como criterio de garantía de salud y eficacia personal, Freud sostiene al síntoma como rasgo singular y humano, no eliminable e incurable.

III. El sujeto en el marco social y el capitalismo

Conviene situar al trabajador, al sujeto del trabajo, en las directrices por las que está atravesado que hoy en día pasan por la influencia del medio social, su imperativo discurso en un fondo potente de un capitalismo que ha hecho circular esa nueva fórmula que se llama consumismo y que provoca eficacia en la vida subjetiva de las personas. Para ello, nos adentraremos en los términos filosóficos de modernidad y posmodernidad.

Modernidad formula el movimiento que se inicia a finales del siglo XV, desarrollándose por el mundo mediante el colonialismo; se constituye en hegemónico en tanto los avances científicos, los cambios sociales y las transformaciones económicas, fundamentales, dan cuerpo al modo de producción capitalista en América, Europa y otras zonas que finalmente lo abarcan todo.

Diversos autores dictan que la modernidad es la dimensión cultural del desarrollo universal del capitalismo. Este movimiento atraviesa las fases que se suceden del capitalismo liberal, hasta bien entrado el siglo XIX; después se precipita el capitalismo imperialista, y finalmente la etapa actual, definida como el capitalismo globalizado, que opera desde finales del siglo XX y principios del actual. Este último momento denuncia que la modernidad se postula como posmoderna, sin dejar de ser modernidad.

La posmodernidad responde, cuando menos, a cinco perspectivas fundamentales señaladas por diversos autores como Lyotard, Jameson, Bauman. Apuntamos algunas de ellas:

El fin de las meta-narrativas

En el texto de la condición posmoderna Lyotard postula que las grandes narrativas se han sometido ante el empuje que no cesa de los avances tecnológicos y las prácticas sociales que se correlacionan. Para este autor en tanto las meta-narrativas se diluyen, correlativamente la ciencia sufre una pérdida y se precipita la carencia de sentido en su búsqueda de la verdad; así está abocada a encontrar otras formas de legitimar sus esfuerzos. Lyotard desarrolla a la tecnología como la gran y única protagonista, hasta el punto de que avanza que la posibilidad de que el conocimiento adquiera reconocimiento de utilidad, pasa por ser re- convertido en datos computarizados.

La lógica cultural del capitalismo avanzado

Jameson, ha estudiado la posmodernidad desde el marxismo. Así, vincula la producción cultural de la posmodernidad con la urgencia económica desmedida de producir, bajo la apariencia de ser novedosa, bajo el principio siempre de números crecientes. Esta producción encumbra una posición y función estructural al principio de la innovación y a la experimentación estética.

El fin de la historia

El elemento central del pensamiento posmoderno es el capitalismo neoliberal, según postula Fukuyama; se precipita el fin de las ideologías, del sujeto cartesiano-racional y del estado-nación.

El capitalismo simbólico

Bajo este término, Grüner despliega la producción capitalista como proceso de estetización o semiotización; se trata de un fenómeno que conlleva la pérdida de base material de la producción capitalista de tal manera que, de forma más común, depende de signos que adquieren la apariencia de desgajarse de sus referentes. Es la lógica del zapping. Se sustenta en la fragmentación económica, política, social, así como la pérdida de la experiencia material.

Así, el mundo posmoderno que se caracteriza por la exacerbación del consumo, propone la oferta de productos clónicos en multitud de tiendas, de tal forma que el resultado final de nuestra supuesta elección (libre…) como usuarios, es el mismo; el producto de una repetición forzada y manipulada.

La modernidad líquida

Es un concepto desplegado por Bauman. Formula la desaparición de las relaciones jerarquizadas del tipo centro-periferia, de la sustitución de conceptos como sistema, estructura, comunidad, sociedad por aquellos que se referencian bajo los epígrafes que postula Castells de red y espacio de flujos. Las relaciones se transforman, pues, al estado de provisionales, endebles, sin peso específico y múltiples, provocando el cuestionamiento de las tradicionales identidades vinculadas al lazo social y personal construidas a partir de instituciones consolidadas.

El imperativo categórico de nuestra época es la postulación del goce, irrestricto, sin límites, desmedido que mortifica al sujeto. Enfrente, se ubica el deseo que no puede contenerlo porque se ausenta, no hace acto de presencia. Se produce una búsqueda por la semejanza con un dios todopoderoso, un ideal imposible de alcanzar. Un ideal que no hace más que dar alas a las exigencias imperativas del Superyó que empujan al ¡goza! Esta instancia, históricamente vinculada a la crítica y moral, ya no prohíbe, sino que empuja y exige a gozar más, pero con el resultado de que este es insuficiente, no se colma ni calma nunca. Y la importancia se ubicará justamente en las respuestas subjetivas que los sujetos formularán marcadas por este momento sociohistórico particular.

El sujeto actual, marcado a sangre por el consumo, adquiere productos que supuestamente lo llenan ilusoriamente, dirigiéndose a sentirse completo, sin agujeros, sin falta. Se precipita la existencia de un ideal de que es posible comprar todo, incluyendo a la propia felicidad, bajo ese intento de soslayar el encuentro con la falta estructural propio de la existencia humana. En esta ilusión de que todo es posible, se construye una sensación de bienestar que, ciertamente, no cabe abandonar ni dimitir de estas pretensiones

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IV. Trabajo y cultura

Freud plantea que el valor del trabajo profesional incide en la economía libidinal. Genaro Riera sostiene que “la actividad profesional brinda satisfacción cuando fue elegida libremente, o sea, cuando permite volverse utilizable, mediante sublimaciones posibles, fuerzas pulsionales”.

La sugerencia de Voltaire es que cada sujeto se ocupe de su jardín. El trabajo tiene importantes significaciones: por una parte, nos vincula a la realidad cultural; por otra, es el medio de inserción del sujeto que le permite en alguna medida restablecer las pérdidas de goce que le imponen las exigencias culturales.

El trabajo tiene en la actualidad un lugar central en la cultura moderna como en ningún otro momento de la historia. Recordemos que en la Grecia antigua al trabajo no se le adjudicaba importancia, ya que los esclavos eran los encargados de llevarlo a cabo. Estos se ocupaban del trabajo productivo organizado para dar respuesta a las exigencias de la vida cotidiana, cuestión que no merecía ser atendido por los ciudadanos libres. Posteriormente, en la Edad Media, el trabajo era manual y dicha actividad era llevada a cabo por las clases inferiores; el trabajo no era asunto merecedor de la atención de la aristocracia.

Henos aquí en la sociedad moderna que nos topamos en una situación inversa. El trabajo y la profesión cobran mucho valor e importancia pasando a estructurar un novedoso sistema de valores, alcanzando a atravesar el eje de la vida de los sujetos de la época moderna.

También desde que se precipita la sociedad de consumo, la profesión a la que se dedica cada individuo, se convierte en el medio para identificar y valorar a las personas. La profesión se convierte en un valor de por sí que permite que se deriven de ella otros datos e información relacionados con los ingresos, sus relaciones, su lugar en el medio social. Así, en NY es habitual que dos personas que se conozcan por vez primera seguidamente pasen a formularse las preguntas de donde viven; este dato les permite hacer inferencias que ubican al otro en un cierto lugar como sujeto en lo social.

Parece oportuno introducir a Marx, precisamente con su texto de los Manuscritos económico-filosóficos. Este nos habla de la enajenación del trabajo. Señala que el trabajo es externo al trabajador, no pertenece a su ser; el trabajador no se afirma, sino lo contrario, se niega. No es feliz, sino desgraciado. No puede desarrollar una energía libre tanto física como espiritualmente, dándose pues una suerte de mortificar su cuerpo y alcanzando la ruina de su espíritu. Está fuera de sí en el trabajo, estando en lo que le es propio cuando está fuera del trabajo, convirtiéndose este en un estado forzado para la persona trabajadora. Obviamente, prosigue Marx, no se trata de la satisfacción de una necesidad, sino que solo es un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Así, postula, el trabajo externo, es el trabajo en el que el hombre se enajena; es un trabajo de ascetismo, de autosacrificio.

Así, Marx dice que el trabajador siente la exterioridad del trabajo, ajeno a él en la medida que el trabajo no es suyo sino de otro; en definitiva, no le pertenece, sino que cuando se encuentra en el trabajo él no se pertenece sino a ese otro.

Esta definición del trabajo como enajenación le permite presentarla como un malestar y, a la vez, una patología como consecuencia de la desviación de su curso natural de la actividad humana del trabajo: de una perversión de dicha actividad a un estado patológico, enfermo, por el cual el trabajador que está llevado a realizar esta acción no se afirma, sino que se niega, no se siente feliz, sino desgraciado (K. Marx).

Weber describe el trabajo como un elemento de disciplina que regula la existencia y se conforma como límite de “todo goce desenfrenado de la vida”.

Los trabajos de Marx y Weber (el deber moral), en su concepción del mundo moderno, abonan el contexto en el que se apoyará Freud en la tensión entre los síntomas neuróticos y el conflicto entre la búsqueda de placer y los imperativos del deber ser que propugna una cultura bajo la máxima de la postergación del placer o a su misma renuncia, y que se plasmarán en su texto del malestar en la cultura.

Freud postuló el ajuste del sujeto humano a la cultura como el marco histórico que sostiene la patología individual. Es en este marco contextual donde se precipitan los conflictos que devienen de la protesta del placer postergado y de las renuncias a la satisfacción; son conflictos manifiestos de una resistencia a los deberes que aporta la cultura.

Freud postula que hay malestar porque hay cultura. El malestar es irreductible. El hombre apunta algunos recorridos, normas, alza instituciones para la convivencia con los otros, con el objeto de regular las relaciones (de ahí el derecho). El malestar comporta un desencuentro ya no solo en lo pulsional (las pulsiones de vida versus pulsiones de muerte), sino también entre lo pulsional y la cultura, alzándose como malestar estructural, propio e íntimo de la psique humana.

Las culturas son el ropaje propio de cada momento histórico, con sus modos diferentes de enfrentar este malestar, aunque también la propia cultura los genera. Por ello, la felicidad como sostenedor de un estado de bienestar completo y de proyecto para los seres humanos no es otra cosa que una ilusión y un anhelo de la psique humana.

Las patologías del trabajo se inscriben dentro de las patologías del deber y de la cultura, donde el trabajo y el malestar se ubican como líneas que se superponen integrando una amplia malla social de valores, de preceptos, de sabotajes y de rechazos.

V. Fenómenos psicosociales en el trabajo
Las actuales condiciones de trabajo determinan un estado de malestar subjetivo. Este es cada vez más generalizado, trae consigo la manifestación de sufrimiento psíquico desbordado que se expresa en una nueva psicopatología laboral. Así, el sufrimiento es conceptualizado como una situación de dolor extremo a la que no se le encuentra sentido.

Estas condiciones de trabajo producen que el dolor psíquico resulte ser para el sujeto más intolerable, intenso y con baja capacidad para ser simbolizado. Este sufrimiento en el trabajo es una experiencia subjetiva, singularmente vívida para el sujeto del trabajo.

Hacemos referencia a dos fenómenos psicosociales, sin indicar que sean solo estas dos las que se dan: el síndrome de burnout y el mobbing.

El síndrome de burnout

Freudenberg definió el síndrome de burnout (agotamiento profesional) como un conjunto de síntomas médico-biológicos y psicosociales que se desarrollan en espacios laborales cuyo objeto son otros seres humanos, esto es, en ocupaciones de servicios humanos.

Este síndrome es el resultado de excesivas demandas laborales, cuyas características son la desgana, la pérdida de la ilusión, la frustración, la dificultad para adaptarse al entorno laboral, al agotamiento emocional (referido a la disminución y pérdida de recursos emocionales), a la deshumanización que conllevan actitudes negativas, de cinismo e insensibilidad hacia aquellos hacia los que se dirige la intervención; igualmente, la declinante realización personal (fracaso personal e insuficiencia).

Este factor psicosocial es uno de los más investigados, lo cual como decíamos más arriba no implica que las consecuencias psicológicas negativas del trabajo se reduzcan a este síndrome; esto es limitante porque está llamado a que podamos profundizar en el conocimiento de las consecuencias en la salud mental de los trabajadores.

Mobbing

Este es el segundo fenómeno psicosocial que mencionamos. Fue desarrollad por Heinz Leymann (1984), psiquiatra alemán que de forma inicial este fenómeno del Mobbing (acoso laboral) en el entorno laboral lo designó como terror psicológico, en el que una persona, o grupo, ejerce una violencia psicológica extrema sobre otra en el ámbito laboral de forma continua (al menos una vez por semana) y en un tiempo prolongado (más de seis meses).

El objetivo es intimidar, amenazar, reducir, amedrentar, consumir tanto emocional e intelectualmente a la víctima, con el propósito de suprimirle de la organización (es decir, de destruirle como sujeto, a matarlo). La expresión mobbing es utilizado con el significado de realizar un forzamiento a un otro a que lleve a cabo algo que no quiere, acorralarlo o presionarlo para que tome en última instancia la decisión de abandonar su trabajo.

El lugar de trabajo no es solo un medio de alcanzar un beneficio económico, sino que también alcanza la importancia de ser un espacio donde se establecen relaciones interpersonales y donde se da la posibilidad de canalizar cuestiones psicológicas.

Al mismo tiempo, el lugar de trabajo puede formalizarse en un entorno donde puede dar lugar al acoso psicológico o mobbing.

El acoso psicológico influye de manera directa al clima laboral de la empresa, introduciendo tensión, deteriorando la cohesión, la calidad de las relaciones personales, destruyendo la cultura de grupo y aumenta los accidentes laborales por falta de atención, o negligencia. Es un enemigo pernicioso en las relaciones laborales (Uribe)

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