La ansiedad es uno de los malestares típicos de nuestro tiempo. Hoy en día, el término ansiedad es bastante popular y científicamente. Es significativo que al mismo tiempo que se multiplica el uso y la importancia de la ansiedad, decae el uso y significancia de la angustia. En el DSM-V se consideran una especificación potencialmente aplicable a cualquier trastorno de ansiedad.
La confusión terminológica existente entre los términos de ansiedad y angustia está influida porque el uso de la palabra ansiedad es más frecuente en inglés.
Si lo unimos al alcance del inglés en el mundo y a la ciencia, encontramos alguna de las razones para el triunfo de la “ansiedad”. La palabra freudiana “Angst” es traducida a las lenguas latinas (castellano, francés, italiano y portugués) como angustia; en cambio para el inglés es “anxiety” (ansiedad)
Etimologicamente, la angustia es un derivado de angosto que en latín es “angustus” que significa estrechez o situación crítica. La ansiedad se incorpora al castellano en forma tardía, en el siglo XIX y en el lenguaje médico, es un derivado de ansia, en latín “anxius”.
La ansiedad infantil: Sintomas, estado y transtorno
La ansiedad y la angustia son experiencias humanas que están presentes desde que nacemos hasta que morimos. Ocupan un lugar importante en todo el suceder de nuestra existencia. Se precipita bien en lo psicológico y/o en lo patológico. Lo impregna todo.
Es uno de sus rasgos más relevantes en la personalidad. La ansiedad, a lo largo del complejo devenir del aprender a vivir del niño, es un material imprescindible para el andamiaje de su personalidad. Se hace presente en sus crisis vitales y en sus expresiones de dificultad.
La ansiedad en los niños participa en la clínica como síntoma, estado y trastorno: en las neurosis por su propia esencia; en las depresiones ejerce de visitante; y en los trastornos psicosomáticos lleva a la cama al niño.
En las estructuras psicóticas lo hace de manera extraña, y también lo hace en los niños atravesados con deficiencia mental. En los niños que presentan problemas de conducta su manifestación es ambivalente. Su presencia es compleja, cambiante y evitativa, difícil de atrapar.
Los conceptos de angustia, ansiedad, estrés y miedo siempre han estado cercanos, hasta el punto de que han sido utilizados con significados polisémicos y múltiples cada uno de ellos, siendo diferentes en función de los países e incluso de las modas científicas del momento. Podemos afirmar que las diferencias entre estos términos han sido analizadas bajo la psicopatología del adulto.
Así, el concepto tradicional de angustia, sustentado en la etimología, hace referencia a la experimentación vívida de estrechamiento, opresión, angostamiento y de agobio, situando la experiencia en la corporalidad, con afectación de sobrecogimiento, de sentimiento inmotivado que no precisa de tener correspondencia con un objeto concreto.
La ansiedad, en cambio, se presenta como sobresalto, aceleración, excitación, con temor e inquietud a que ocurra algo, donde se precipita una repercusión respiratoria.
Por su parte, el miedo es una reacción ante situaciones de peligro que se identifican en el ambiente a través de objetos concretos.
Respecto del estrés, adquiere un doble sentido:
a) como “reacción del organismo” ante situaciones ansiógenas. Adquiere un significado psicofisiológico, de adaptación funcional del cuerpo.
Seyle (1926), definía el estrés como una respuesta general del organismo ante estímulos o situaciones estresantes. Cualquier situación estresante generaría una respuesta en el organismo.
Puede ocurrir que la persona interactúa con el estresor, sin consecuencias negativas, ya que es capaz de adaptarse a él por ser relativamente breve, leve y permanecer bajo control. Al ser controlado y durante un periodo de tiempo breve, ese estrés lo podemos situar como positivo para la realización de una tarea y lo denominaremos Eustrés o estrés positivo.
En cambio, si las demandas del medio son excesivas, intensas y demasiado prolongadas en el tiempo por lo que superan la capacidad de resistencia y adaptación de nuestro organismo, el ajuste del sujeto será negativo; entonces hablaremos de estrés negativo o distrés.
b) La segunda acepción de estrés lo considera como fuente de ansiedad; esto es, cuando circunstancias normativas del entorno causan angustia y ansiedad poniendo en funcionamiento todo el proceso adaptador.
Tenemos que indicar que en psicopatología infantil las diferencias entre los términos se tornan más confusas porque se trata de un ámbito evolutivo que cambia por la edad, y de ello resultan modificaciones importantes.
En los primeros años de vida, las vivencias son más difusas y la ansiedad que podemos dar cuenta se precipita como una situación de tensión y sentimiento de incomodidad, sin causa aparente, con reactividad y aumento de conductas de insatisfacción ante estímulos o situaciones estresantes. No podemos aplicar los conceptos de repercusión somática porque en los primeros años el niño no tiene una percepción desarrollada de la corporalidad y las vías por las que transita la experiencia ansiosa son más básicas, más ligadas a aspectos psicobiológicos, son menos elaboradas y con una menor expresividad psíquica.
Posteriormente, la angustia/ansiedad se va asemejando más a la del adulto, sobre todo cuando nos acercamos a la adolescencia; en estos momentos, el fenómeno de la ansiedad se muestra exuberantemente.
Diferencias entre la ansiedad normal y patológica
Diferenciar los límites entre la ansiedad normal y la ansiedad patológica en la infancia es complejo, las fronteras están más difusas. Podría afirmarse que la ansiedad normal es un estado emocional de tensión que puede tener su origen en un estímulo positivo o negativo, que al ser superado aporta al niño seguridad en sí mismo favoreciendo su adaptación al medio.
La ansiedad patológica es un estado emocional con desproporción entre la respuesta emotiva y la situación externa que se ha producido; su resultado es que el niño o el adolescente tienen una sensación vívida de desazón, inquietud, disgusto, temor difuso, potente sensación de peligro y/o sentimiento de inseguridad; no en todas las ocasiones es imputable a circunstancias reales.
Esta situación es vivenciada intensamente psíquicamente, asociado a sensaciones corporales de opresión, malestar, dolor, inestabilidad y somatizaciones. Para diferenciar la ansiedad normal y patológica tendremos en cuenta factores evolutivos y de edad.
Por ejemplo, un niño entre cuatro y cinco meses tendrá ansiedad ante extraños y la calificaremos como ansiedad normal. Es una forma transitoria de ansiedad por separación, se convertirá en patológica si sucede más allá de los 30 meses.
El núcleo psicológico en el que se sustentan ambas formas de ansiedad infantil es la misma: la experiencia de soledad, de desapego, de pérdida, de abandono y de indefensión. El sello patológico va a estar relacionado con el desarrollo posterior de su vida: las influencias desfavorecedoras, familiares, educativas, del temperamento, etc.
Spielberger (1973) realizó la distinción entre ansiedad-rasgo y ansiedad- estado. La primera es una dimensión de la personalidad, es una característica relativamente estable del niño, por la que se puede establecer una reacción más o menos habitual de conductas y vivencias ansiosas ante situaciones similares, de tal forma que se pueda tomar que es un comportamiento esperable en un niño concreto.
En cuanto a la ansiedad-estado, es una situación transitoria. En ella se manifiesta su concreción en formas clínicas, con vivencias displancenteras o síntomas orgánicos. También es pertinente distinguir entre ansiedad aguda y crónica, justamente, por su repercusión, puede tener un valor clínico de primer orden.
Acercamientos metodológicos a la ansiedad
Los diversos caminos metodológicos que se han propuesto por las escuelas científicas para entender mejor la ansiedad infantil sitúan a la teoría psicoanalítica entre las primeras. Ha aportado observaciones excepcionales que han hecho ver el mundo de la fenomenología de la ansiedad en niños de una forma inteligente, con serias aportaciones para la clínica.
Como segundo lugar se presenta la aportación de la visión comportamental cognitiva, y ya posteriormente por los modelos etológicos-biologicistas.
La hermenéutica psicoanalítica ofreció observaciones sugerentes con la descripción de un aparato mental infantil complejo, activo, en el que la angustia posee la capacidad de transformación, desplazamiento o representación, lo que le da unas posibilidades dinámicas muy amplias, además con la función que se le asigna: un lugar preferente formando parte del conjunto del aparato mental, de su estructura y su dinámica al ser la clave para uno de los conceptos emblemáticos en el psicoanálisis: la neurosis.
El camino de desarrollo de la neurosis nocturna o diurna se inicia por la vivencia de angustia asociada a las vivencias de castración, o precipitadas por el miedo a ser abandonado o ante la pérdida del amor paternal que conduciría a una regresión a etapas anteriores (fijación).
El modelo cognitivo-comportamental forman el segundo grupo de vías metodológicas para el análisis de la ansiedad. Esta denominación tiene la connotación de los principios de la teoría del aprendizaje. Así, La ansiedad es tomada como una conducta inadaptada aprendida a través de hábitos persistentes (Wolpe), en dependencia funcional del ambiente, con posibilidades de que existan circunstancias facilitadoras en el organismo que la propicien (Watson, Wolpe, Eysenck).
El aprendizaje se realizaría a través del condicionamiento clásico, del operante, por el aprendizaje vicario u observacional, y por la explicación que aporta la teoría de la preparación de Seligman, por la vía cognitivista, y por el llamado comportamentalismo social y ecológico.
El desarrollo de estos modelos se ha debido a las observaciones deducidas de la aplicación de técnicas pensadas para cambiar las conductas y comportamientos ansiógenos a través del manejo de factores cognitivos (pensamientos, ideas y creencias).
El tercer gran acercamiento metodológico para el estudio de la ansiedad se debe a Bowlby (estilo psicobiológico y evolutivo). Parte de una hermenéutica etológica, a la que implementa observaciones procedentes de la psicología psicoanalítica.
Para Bowlby la angustia se origina a partir de una desregulación del proceso de vinculación que produciría la angustia por separación. La vinculación es un mecanismo psicobiológico, innato, que se establece en los primeros años y que es necesario para la supervivencia. A través de las experiencias que el niño va viviendo se establecen los apegos necesarios y desapegos cuyas consecuencias son imprevisibles.
Bowlby describió las fases que el niño sigue corno respuesta a la rotura de la vinculación materna:
1) fase de protesta
2) fase de desesperación
3) fase de aislamiento.
Síntomas de la ansiedad en la infancia
Los síntomas de ansiedad en niños, las respuestas ante la ansiedad, se pueden agrupar en tres sistemas de respuesta humana:
Síntomas subjetivos, cognitivos o de pensamiento
• Preocupación • Inseguridad •Miedo o temor • Aprensión • Pensamientos negativos • Anticipación de peligro • Dificultad de concentración • Dificultad para la toma de decisiones • Sensación de desorganización Síntomas motores observables • Hiperactividad • Paralización motora • Movimientos torpes y desorganizados • Tartamudeos y otras dificultades de expresión verbal • Conductas de evitación Síntomas fisiológicos y corporales • Síntomas cardiovasculares: Palpitaciones, pulso rápido, tensión arterial alta, accesos de calor. • Síntomas respiratorios: Sensación de sofoco, ahogo, respiración rápida y superficial, opresión torácica. • Síntomas gastrointestinales: Náuseas, vómitos, diarrea, aerofagia, molestias digestivas. • Síntomas genitourinarios: Micciones frecuentes, enuresis, eyaculación precoz, frigidez, impotencia. • Síntomas neuromusculares: Tensión muscular, temblor, hormigueo, dolor de cabeza tensional, fatiga excesiva. • Síntomas neurovegetativos: Sequedad de boca, sudoración excesiva, mareos.
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La ansiedad infantil tiene muchas formas de expresión y en su constitución. Su concreción será en función de la personalidad del niño, de su educación, del estilo afectivo y cultural de la familia y el medio social imperante.
La agrupación de signos somáticos y psíquicos de la ansiedad es un tanto artificial, en la medida en que la experiencia ansiosa infantil es única e indivisible como vivencia, pero la sistematización de las formas de expresión ansiosa permite una mejor asimilación del fenómeno.
Entre los factores que actúan como precipitantes de los síntomas de ansiedad en niños se ha señalado el valor de las experiencias traumáticas y los acontecimientos vitales vividos por el niño. Como situaciones facilitadoras indicamos:
- Las enfermedades o intervenciones quirúrgicas
- La muerte de amigos y parientes
- Las dificultadas escolares
- La menstruación
- Los ataques o experiencias sexuales
- Los problemas intrafamiliares
- Los accidentes
- Las situaciones de miedo
- Las preocupaciones y las situaciones de peligro imaginarios o situaciones de desastre o grave emergencia social.
Ansiedad: causa de la enuresis diurna y nocturna
Este es uno de lo síntomas que hemos reflejado que se pueden precipitar a partir de la ansiedad. Se trata de un síntoma notorio por la implicación que tiene en el infante.
El nombre de enuresis indica la ausencia de control de la emisión de orina, tanto de día (enuresis diurna) como de noche (enuresis nocturna). En principio es de carácter involuntario; se mantiene o se precipita una vez adquirida la madurez fisiológica, dada en la horquilla de los tres a cinco años.
La enuresis puede ser primaria o secundaria, aparecer o, en su caso, reaparece la enuresis tras un tiempo más o menos largo de control. Para Hallgren, hay enuresis secundaria cuando antes de los 4 años el niño ha estado sin mojarse durante un año o más sin interrupción. También, con términos similares, son denominadas enuresis continua e intermitente, respectivamente. La enuresis primaria es la más habitual, Hallgren lo señala con un 85% de los casos.
Si tomamos como medida el ritmo nictemeral, la enuresis puede tomarse como enuresis nocturna independiente, enuresis diurna independiente y diurna-nocturna. La más frecuente (65%), indicada por Hallgren, es la enuresis nocturna.
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