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Estructura clínica en psicoanálisis II

Estructura en psicoanálisis

La estructura es mucho más que un conjunto, más que la suma de las partes. Se trata de la forma particular en que interactúan los elementos, cada uno tendrá una función que sólo existe en relación con los otros elementos.

La estructura psíquica es mucho más que las tópicas, los sistemas. Apunta a lo que se ve y también a lo que no se ve, que sólo se explica por la relación especial que se da en los elementos de la estructura.

Tenemos un inconsciente eficaz que no se define desde su existencia sino desde su insistencia. El sujeto se va estructurando, estructura como nunca del todo cerrada (eso es, obturada) favoreciendo movimientos en la misma. Se va estructurando alrededor de dos conceptos fundamentales en psicoanálisis: el inconsciente y la castración. Se estructurará alrededor del pivote que es el complejo de Edipo, formador del psiquismo, ya se trate de las neurosis, de las perversiones o de las psicosis, bien porque la estructura, el sujeto nade en ello (las neurosis), se enfrente a ello desde una posición de goce (las perversiones), o bien esté fuera de la estructura edípica (en las psicosis).

El Edipo en Lacan tiene que ver con las relaciones intersubjetivas, con una estructura intersubjetiva particular en cada núcleo familiar, con lugares, que hacen a los roles. Estos roles se dan en función uno de los otros. Se forma así un entramado familiar, un mito familiar. Permite la circulación entre personajes. Existe algo que circula que va más allá de los personajes y que nomina un lugar de valor y de sentido. Es alrededor de este concepto de valor lo que dará sentido a la estructura edípica especifica en cada entramado familiar. Esta es la noción de falo.

Nombra la falta, la incompletud y de ahí su valor vale en tanto se puede perder, o se puede tener, y por lo tanto puede ser deseado. Lacan divide el Complejo de Edipo en tiempos. Un primer tiempo en donde el niño es el falo de la madre, lo es todo para ella. En este tiempo el niño se identifica con ser el falo para su madre por lo que se identifica con el deseo de la madre y es el falo de la madre. Es en este tiempo constitutivo donde se da el estadio del espejo como formador del yo.

En el segundo tiempo del Edipo, interviene la función paterna. El padre, o la persona que cumpla con su función, interviene privando doblemente: por un lado, al niño del objeto de su deseo (la madre), y, por otra, a la madre del objeto fálico (el niño). El niño, entonces, por la intervención del padre, deja de ser el falo para la madre, y la madre deja de ser fálica. Esto es lo más determinante de este segundo tiempo, la madre deje de sentirse completa con su posesión, se precipita en falta, deseando, más allá de su hijo, a su pareja, u otra cosa; al mostrarse en falta, castrada, es deseante.

En el tercer tiempo del Edipo se produce la castración simbólica y se instaura la ley de prohibición del incesto. El niño deja de ser el falo, la madre no es fálica y el padre tampoco lo es, en la medida en que el padre no es la ley (por lo tanto, no es completo) sino que es un representante de la ley (padre simbólico). En este tercer tiempo del Edipo se precisa un padre que está sometido a la ley; de ahí se deriva que está en falta, castrado.

En este tercer tiempo del Edipo, el falo y la ley quedan inscritos como instancias que están más allá de cualquier personaje; ni el niño, ni la madre ni el padre son el falo; el falo queda inscrito en la cultura como falo simbólico. El Edipo es el paso del ser al tener (en el niño), o no tener (en la niña).

Lacan plantea la estructura psíquica compuesta por registros, no habla de sistemas ni de instancias sino de tres registros dentro de los cuales se van inscribiendo las vivencias. Son lo imaginario, lo simbólico y lo real.

Real

  • Diferencia entre la realidad y lo Real.
  • Se inscribe como imposible.
  • No cesa de no escribirse

Imaginario

  • Identificaciones primarias
  • Narcisismo
  • Fantasías
  • Realidad psíquica
  • Imagen de sí

Simbólico

  • Ley
  • Orden
  • Significantes.

Estos registros se anudan de forma particular dependiendo de cada estructura, en relación a la falta a ese hueco que permite la movilidad de la estructura y que se gráfica en Lacan con el nombre de a.

IV. Estructura neurótica, perversa y psicótica

Una Estructura es la modalidad con la que un sujeto asume su sexualidad, sus impulsos agresivos y las características con las que se enfrenta al mundo o con las que, por el contrario, decide no enfrentarse a él.

Sabemos que la Estructura más común es la de la neurosis, digamos que una persona neurótica es relativamente normal, puede tener sus baches afectivos, depresiones, o algún otro tipo de síntomas neuróticos, pero también sabemos que puede tener potencial para buscar un equilibrio interior que le permita funcionar con relativa tranquilidad y bienestar.

La sexualidad en una persona normal tiene un poco de todo, un poco de todas las perversiones, pero ciertamente encuentra su satisfacción con otro, un otro con características de madurez similar y sobre todo, en un tipo de relación que no sea destructiva o que atente contra la integridad física y psicológica de cualquiera de los implicados, en ese sentido cada pareja establece las coordenadas de su normalidad en su propia intimidad.

En la estructura neurótica encontramos los elementos del deseo hacia la Madre, incestuosos, el deseo parricida, los elementos intervinientes de la culpa, y como ya hemos comentado nada en el Complejo de Edipo. Su relación con la Ley del padre y la transgresión son importantes.

Las estructuras básicas dependen de una relación simbólica en la dialéctica, también simbólica, del paso edípico del ser al tener. Cobra importancia el significante en relación a la falta y la completud del Otro (significante fálico). Planteado así, se parte de momentos lógicos cruciales y determinantes en la constitución del sujeto, y de diferentes maneras según las cuales un sujeto se relaciona o no con lo simbólico de estas apreciaciones. Así, cobra importancia la posible intervención del significante llamado paterno (no del padre real) y su intervención en la dialéctica. Recordemos los tres grandes caminos posibles:

En la neurosis se reprime la significación primordial, reservándose entonces el término utilizado por Freud característico de la estructuración neurótica Verdrängung (represión). Esta estructura está basada en inscripción de la función significante como punto de origen. La neurosis se describe en relación a la función simbólica relacionada con la demarcación de una legalidad en relación a la triangulación edípica (significante nombre del padre).

Para la perversión el término utilizado por Freud es Verleugnung (renegación), aquí la significación del significante primordial se mantiene, pero no se deja de renegar contra ella. Así el perverso queda capturado en la dialéctica del ser y el tener, donde la terceriedad será reconocida pero solo para no dejar de impugnarla (desafío y trasgresión). En términos psicoanalíticos: Se cree en la castración y a la vez se reniega de ella, es decir, el perverso sabe conscientemente de la falta estructural que remite simbólicamente a la falta de pene en la mujer. Lo que ocurre es una manera particular de significar el hecho evitando la angustia. Así la significación de la ley se mantiene, porque la madre (funcional) del perverso no es una madre fuera de la ley, sino que es una madre fálica, porque el perverso mantiene en el horizonte una madre referida a la significación paterna, de otro modo se hablaría de psicosis. En la perversión el discurso materno se hace el representante o intermediario de esta terceriedad (significante paterno), que no interviene de manera significante más que fallidamente.

El renglón de la Paidofilia se inserta de lleno en la Estructura Perversa, descrita como un impulso erótico o libidinal dirigido hacia un infante, esta tendencia resulta de difícil control para el perverso que. por otro lado, puede tener una vida aparentemente normal, ser inteligente, culto, artista, buen padre, etc. estos atributos en nada menguan el deseo o la pulsión libidinosa, ya que esta carga de energía proviene de un desarrollo sexual anclado en última instancia en estados narcisistas muy arcaicos que han tomado en su desarrollo un camino diferente al que recorre la sexualidad normal que conocemos.

La perversión es prácticamente imposible de modificar por métodos psicoterapéuticos, incluyendo el psicoanálisis, que cuando mucho podría aspirar (dependiendo de las características del sujeto perverso, en definitiva, de si existen elementos neuróticos en el sujeto) a mantener limitadas sus tendencias.

La perversión se presenta como un montaje lógico que le aporta al sujeto perverso un modo reglado de su relación al goce. Este montaje constituye una respuesta frente a la castración que a través de una escenificación denuncia su posición en la topología del goce; es así mostración de esa intimidad con el goce que intenta producir una inscripción del sujeto.

Recordemos que el falo tiene la función del significante de la falta en ser. Es el significante de esa pérdida que el sujeto padece a causa de la inscripción significante. El falo es el significante forcluido del goce sexual. La pérdida del goce sexual es la castración, por tanto, no está en el sistema del sujeto, esto indica que no hay sujeto del goce sexual. De esto se deduce que si esta radicalmente forcluido, es el significante que agujerea al Otro. Producir el falo en tanto ausencia se realiza con el objetivo de obturar la hiancia del Otro con su goce… esto indica un montaje perturbado del desarrollo de la pulsión cuyo acento recae del lado del ser.

A través de todo esto Lacan se interrogaba en la posición de Sade por el punto exacto ante el cual retrocedió. Colocó allí el mandamiento cristiano al manifestar su rechazo de la pena de muerte. Sade se detuvo allí, en el punto en que se anuda el deseo a la ley. Algo de él se dejó retener en la ley. Pero no fue más lejos. El hecho de que la madre sigue estando prohibida, le permite decir a Lacan: queda confirmado nuestro veredicto sobre la sumisión de Sade a la ley. Cuando Lacan define lo que llama deseo perverso lo ubica como voluntad de goce.

Para la psicosis el término utilizado es Verwerfung (Forclusión), a diferencia de la neurosis donde se reprime la significación, en este caso se la expulsa del aparato psíquico. La cosa está en el rechazo de una significante primordial. Lacan lo formuló como Nombre del Padre. Se produce que lo simbólico del nombre del padre aparece como resultante del exterior, pero en forma de delirio. Queda extimido al sujeto, no formula parte del psiquismo, y el llamado que profiere se articula a través del delirio; por supuesto, Lacan hace referencia al deseo de la Madre en esta ubicación del sujeto, y también de la posición del padre, que aparece como significante rechazado dentro de la operación de sustitución del Otro materno por el Otro paterno, justamente donde se introduce el Nombre del padre.

La pérdida de la realidad en la psicosis, o mejor decir que un sustituto de la realidad ha venido en lugar de algo forcluido, mientras que, a diferencia, en la neurosis, la realidad es reacomodada dentro de un registro de los simbólico.

Lacanretoma la perspectiva sobre el narcisismo de 1914 y la cuestión de la Verwerfung (forclusión) para construir su teoría del fracaso de la metáfora paterna en la base de todo proceso psicótico. El narcisismo no sólo es la libido investida sobre el propio cuerpo, sino también una relación imaginaria central en las relaciones, donde uno se ama en el otro.

La constitución del sujeto humano es inherente a la relación con su propia imagen; esta es la aportación esencial de Lacan para comprender las cosas. Se trata del estadio del espejo, etapa en la que el niño se identifica con su propia imagen. Esa imagen es su yo (moi) bajo la condición de que un tercero la reconozca como tal. Así, por un lado, le permite diferenciar su propia imagen de la del otro, y le evita, por otro lado, la lucha erótica o agresiva no mediatizada de otro con otro, donde la única elección posible es “él o yo”. La mediatización tiene que ver con la función paterna. Ese tercero simbólico es lo que Lacan llama Nombre del Padre.

El juego del deseo capturado en las redes del lenguaje consistiría en la aceptación por parte del niño de lo simbólico, cuestión que le aportará para siempre de los significantes primordiales de la madre (esto es, la represión originaria), operación que en el momento del Edipo dará lugar a la metáfora paterna, la cual se puede formular como sustitución de los significantes ligados al deseo de ser el falo materno por los significantes de la ley y del orden simbólico (el Otro).

Si hay fracaso de la represión originaria, hay forclusión, rechazo de lo simbólico, que resurgirá entonces en lo real. El Otro, de la misma forma que el otro, el semejante, será arrojado entonces al juego de lo especular.

En la psicosis, según Freud, existe una insuficiencia de la represión primaria, de ese proceso de renuncia a la inmediatez. El neurótico reprime el inconsciente porque está constituido, está exiliado en el lenguaje. El psicótico no ha llevado a cabo tal operación, por eso no tiene intermediación con lo real, por eso reprime lo real. No puede ser el mismo mecanismo de represión. Es por ello que la palabra alemana que utilizaba Freud, verwerfung, Lacan la propone traducir por forclusión.

Según Waelhens, la represión originaria tiene que ver con la renuncia a lo inmediato. Se trata de elaborar que es lo que hace que fracase el proceso, o triunfe lo inmediato. Y esto proponemos realizarlo en otro momento, queda pendiente, en falta.

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