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Suicidio y adolescentes: Datos y prevención

I. Introducción

El suicidio es desde hace ya tiempo, aunque no se reconozca como tal, un problema de salud pública. Podemos afirmar que el número de llamadas que se producen acerca de tentativas de suicidio los fines de semana es altamente preocupante, más allá de las denominadas conductas de riesgo, sobre todo las practicadas por adolescentes, como entrar en coma etílico y ser trasladados a urgencias hospitalarias.

En la época actual que vivimos se ha puesto en liza la importancia de la salud mental, donde los presupuestos públicos para la atención psíquica son muy escasos y donde las trabas de acceso para que los ciudadanos que lo precisen puedan alcanzar un contacto y tratamiento con profesionales son altas, el problema de la atención al suicida es, en la misma proporción, una atención con grandes dosis de ausencia.

Últimamente, todos los años se viene repitiendo los datos de que pierden la vida más personas por suicidio que por VIH, por cáncer de mama, o incluso por conflictos armados. Cada año se suicidan casi un millón de personas, (los datos para la OMS se cifran en 800.000) siendo el doble de las víctimas que por homicidio. Se estima que cada adulto que se quita la vida, otros 20 han realizado el intento; además del dato consiguiente que confirma que cada suicidio afecta íntimamente al menos a otras seis personas (del entorno cercano del suicida).

Entre las personas jóvenes, el suicidio es la segunda causa de muerte; el primer lugar lo ocupa los accidentes de tráfico.

II. Datos

Un estudio llevado a cabo de seiscientas mil peticiones de ayuda vinculadas a la conducta suicida analiza la conducta suicida y la salud mental en la infancia y adolescencia alcanzando la conclusión que los demandantes precisan de varias llamadas para manifestar lo que les ocurre. Los datos indican que de todas esas llamadas atendidas se han llevado cabo cerca de diez mil intervenciones en el plazo de una década (de 2012 a 2022), de las cuales aproximadamente tres mil se ultimaron a partir del intento de suicidio.

El INE de 2020 nos indica que en nuestro país se llevaron a cabo 314 suicidio de menores de edad. La Asociación Anar señala que su organización atendió en el año 2021 a casi 750 menores que utilizaron el teléfono demandando ayuda habiendo ya iniciado el intento de suicidio.

La misma Asociación afirma que el perfil de los que llevan a cabo comportamientos suicidas es el de mujer adolescente entre los trece y los diecisiete años. La Fundación ha explicado que existe un perfil con más posibilidades de presentar conductas suicidas: mujer adolescente de entre 13 y 17 años emigrante con una determinación de autolesión y que ha sido víctima de abuso sexual. Concretamente, las consultas por conducta suicida de menores en estas familias emigrantes se han duplicado en estos últimos años. El riesgo de conducta suicida aumenta en los colectivos tendentes a la exclusión; nos referimos a los que implican discapacidad y colectivos LGTBIQ.

También conviene resaltar que desde la precipitación del Covid se ha detectado un aumento de la tasa de intentos suicidas (128%) que la Asociación Anar vincula a la situación de crisis sanitaria causada por la pandemia; esta situación de crisis ha implicado una ampliación de los riesgos psicosociales tales como el maltrato en la familia, el aislamiento, el uso y abuso de las TIC´s, el hacinamiento en las viviendas, las dificultades de acceso a la salud mental, y por último el aumento de la pobreza.

III. Conductas de riesgo

Le Breton, antropólogo y sociólogo, plantea que las conductas de riesgo se presentan en el momento del pasaje de la adolescencia, e implican para el sujeto una exposición alta de dañarse o de morir, en definitiva, de perjudicarse poniendo en juego su salud o su potencialidad personal.

Le Breton señala que su contexto es bajo el marco de la indiferencia familiar, del abandono, del sentimiento de exclusión, o también bajo la marca de la sobreprotección. Esto es, por déficit o acaso por exceso. Son expresiones de “lo que no marcha”, con la característica de que el adolescente no lo subjetiva como malestar. En muchas ocasiones, son vividas en el marco del silencio, alteran sustancialmente la integración social del joven, teniendo como consecuencias frecuentemente el abandono de la escolarización.

Le Breton postula cuatro figuras antropológicas para la comprensión de las conductas de riesgo de los adolescentes. Son: la ordalía, el sacrificio, la blancura y la dependencia.

La ordalía es un modo en el que el adolescente se juega el todo por el todo. Pone y se pone a prueba con el objeto de alcanzar una legitimación para vivir. Poniéndose en peligro, cuestiona simbólicamente a la muerte, y así garantiza su existencia. Le Breton postula que todas las conductas de riesgo de los jóvenes detentan una tendencia ordálica. La exposición al peligro pretende expulsar lo intolerable para hallar sosiego.

Le Breton en la figura del sacrificio señala que el adolescente juega la parte por el todo. El joven decide abandonar una parte de sí a cambio de salvar lo esencial; indica que lo podemos observar en las adicciones (toxicomanía y alcoholismo). Este acto conlleva una expulsión de la vida cotidiana: el beneficio del adolescente es proporcional a la significación de aquello que sacrificó de sí mismo. Por ejemplo, en las escarificaciones, el sujeto se inflige una herida y a cambio alivia un sufrimiento. En el sacrificio, el adolescente no tiene conciencia de lo que persigue, de lo que se sigue que no hay una voluntad de cambio.

La blancura (o el borramiento) hace mención a la borradura de sí, detectada en la desaparición de elementos identitarios; por ejemplo, cambiarse el nombre, borrar el nombre con que lo identificaron sus padres. Es un abandono de determinadas identificaciones: el de ser el hijo o la hija, el alumno o el estudiante y conlleva la huida de su historia, de su nombre, de su ser y de su medio afectivo.

Le Breton subraya que es correlativo a las conductas de errancia, las intoxicaciones alcohólicas o sobredosis por drogas. El alcance es buscar el coma, este es el fin que se pretende alcanzar. Se puede ver que el interés es no ser más sí mismo como forma de evitación radical de la afectación por las dificultades ante su entorno. Le Breton denuncia el “congelamiento”, una especie de “glaciación interior” en el pasaje del sí mismo al contacto con el mundo exterior, buscando convertirse en diáfano, transparente, no existir.

Por último, la figura de la dependencia Le Breton la vincula con la modalidad de relación que el joven tiene con un objeto determinado, con la particularidad de que orienta totalmente su existencia y que puede controlar a voluntad y, además, de modo permanente: droga, alcohol, alimento, escarificaciones, etc. Esto le permite decidir a su gusto los estados de su cuerpo. Cuerpo versus mundo externo. Frente a lo inasible de sí y del mundo, el adolescente opone el cuerpo en tanto concreción, soslayando la investidura del entorno. Aparecen objetos o sensaciones que le donan la impresión, efímera, de control, de pertenecerse y de incluirse en el mundo, y que en última instancia son ubicados en relaciones de dependencia como un modo de control sobre la vida cotidiana.

IV. El suicidio en la adolescencia

Para Winnicott, en esta etapa tiene lugar la interacción de fenómenos como la inmadurez, los cambios de la pubertad, los ideales, los proyectos y aspiraciones para el futuro, complicado con la desilusión respecto del mundo adulto.

Indica que los adolescentes empezarán a sentirse reales en la medida en que empiecen a abandonar esta etapa de su vida con la adquisición de sentido del self, considerándose esta, pues, una forma de evaluar la salud. Añade Winnicott que en esta etapa el adolescente tiene una fuerte tendencia a la agresión que puede devenir en un alto riesgo de expresarse bajo la forma del suicidio.

Posteriormente, Winnicott plantea que en la fantasía inconsciente total del adolescente se precipita la muerte de alguien, esto es, su asesinato, y esto se inscribe en el desarrollo esperado de la pubertad. Postula que, en la adolescencia, la muerte y el triunfo personal emergen como algo intrínseco del proceso de maduración y de la adquisición de la categoría de adulto. La aceptación de la responsabilidad de lo que se moviliza en la fantasía solo será llevado a cabo por el joven con la experiencia de vida y el paso del tiempo. pero a la vez, advierte que esta cuestión inconsciente puede devenir manifiesta mediante la vivencia de un impulso suicida, pudiendo alcanzar el estatus de suicidio real.

Por su parte, F. Dolto señala que en la adolescencia las ideas de muerte pueden inscribirse en el plano imaginario de forma sana, puestas en relación a la muerte de la infancia. Pero también advierte que pude pasar a un estado mórbido en cuanto se constituya como deseo de alcanzar el suicidio; Dolto denuncia que la frontera entre ambos muy delgada.

Postula que cuando la fantasía de muerte se instala como deseo de morir, el adolescente se ubica en asexuado, bajo la inscripción del no-deseo que supone en su familia acerca de su propia vida. Se precipita la culpa de haber nacido; ello propulsa la realización del fantasma de suicidio, sustentando la ilusión de llevar a cabo el deseo de sus padres de que no naciera.

Dolto sustenta esta creencia a una sensación de vacío inscrita en el niño desde su nacimiento, donde no hubo una persona que se alegrara de su llegada al mundo, aunque ciertamente este devenir nunca se haya verbalizado, pero en cambio está inscrito en su psiquismo. Formula que un muchacho que quiere morir pueda ser un sujeto que se desprecia a sí mismo y a sus vínculos originarios, incluso que se pueda encontrar la dirección de que en el chico exista una intencionalidad de salvar a su madre o a un padre inmerso en la depresión. Al no alcanzar el propósito se precipita la culpa y el desprecio dirigido contra sí mismo, nadando en la depresión y exteriorizando la agresión hacia sí mismo y a los otros.

Dolto también aborda la huida de los adolescentes al mundo de la droga o de la muerte por suicidio. Postula que se produce en la medida de una ausencia de ritos de paso auspiciados por los adultos y la sociedad indicándoles que son sujetos de valor. Se precipita, pues, una ausencia de referencias desde la sociedad que les inste a animarse a correr un riesgo. Siguiendo en esta misma dirección, Dolto teoriza una modalidad de suicidio por contagio, postulando que el acto conlleve una tendencia a homologarse con el otro, a través de un contagio en la caída de la vitalidad existencial.

Para Jeammet la violencia de los adolescentes responde a un mecanismo primario de autodefensa para no perder su identidad, sus límites y su propia existencia. Esta autora plantea que los cambios en la pubertad implican una forma de violencia hacia su Yo, su capacidad de dominio y elección, que deviene en impotencia. La pubertad es sentida como una amenaza, que los remite a una sumisión infantil, en indefensión y en una dependencia desubjetivante, y que en ellos se precipita bajo las expresiones de “yo no elegí vivir” o, por el contrario “yo puedo elegir morir”, perteneciente a la tentativa de suicidio.

Nasio aborda las conductas violentas del adolescente hacia sí mismo y a los otros; postula que detrás de estos comportamientos se encuentra una depresión hostil, que nos invita a la investigación sobre la decepción que sostiene el odio, a diferencia, justamente, de la tristeza, sentimiento que también sería correspondiente a dicha decepción. Sostiene que, en vez de sufrir el dolor de una pérdida, el joven conserva en su interior la ira de una ofensa. Nasio plantea que el sufrimiento en la adolescencia se pone en juego en comportamientos peligrosos, tal como indicábamos anteriormente, que representan la puesta en acto de un sufrimiento inconsciente. Entre ellos emerge el aislamiento, los intentos de suicidio o el consumado, la adicción a drogas y alcohol, la anorexia y la bulimia, el distanciamiento escolar, las huidas del hogar familiar, los actos vandálicos, las peleas callejeras y la precipitación tecnológica de la dependencia a las nuevas tecnologías.

Por último, exponemos la articulación de Janin. Esta autora elabora las determinaciones sociales que pueden incidir en las ideaciones suicidas de los adolescentes. Postula que los factores que sustenta la psicopatología en la adolescencia actual son las fallas en la constitución del Ideal del yo cultural. Señala que hoy en día los adolescentes atraviesan la problemática de la ausencia de proyectos futuros, manifestándose en la sensación de vacío interno.

La oferta social pasa por ideales vacíos, sin contenido, que se sustentan en la transgresión de las normas, el éxito fugaz propuesto por las nuevas tecnologías, la inflación de la imagen y del consumo. Este vacío no ayuda a la resolución de la crisis de la adolescencia, el medio social ofrece una ausencia de futuro bajo formas de marginalidad; algunas de sus consecuencias es que los adolescentes se sentirán invadidos por los afectos y fantasmas asociados a lo más temido de sí mismos y de las generaciones que les preceden

V. Intervención terapéutica y prevención del suicidio en adolescentes

Al realizar este recorrido acerca de cómo articulan el suicidio de los adolescentes se ha precipitado la idea de que el marco social, aquello que desde la sociedad y desde la familia ofertan a los adolescentes es en la actualidad una ausencia de ritos, de pasos, de interpretaciones que faciliten la elaboración, del tránsito a convertirse en adulto para los adolescentes. Esta ausencia se conforma como decisiva para sentirse en un lugar, saber dónde se ubican y respecto de qué, reconocer-se como valiosos. Si esta oferta es la ausencia, la prevención puede ir encaminada a ocupar ese vacío, a hacerse presente los representantes de lo social, de la vida familiar, en definitiva, en proponerse en guías sugerentes en ese camino que están llamados a realizar los adolescentes; se trata de estar acompañados en este abordamiento novedoso en su experiencia de vida. Así, permitirá otro acceso de los jóvenes a las tecnologías con criterio frente a las proposiciones sin horizonte, otra mirada acerca de las relaciones con los otros y las instituciones.

Respecto a las intervenciones terapéuticas rescatamos las palabras de Dolto que nos indica que en el tratamiento de los adolescentes con ideación suicida es importante hablar directamente, con franqueza, sobre la intención de morir, incluyendo, en ese sentido, a los accidentes, a las conductas de riesgo que articulamos más arriba, que han tenido y que parecerían estar inscritos como intentos de suicidio. Señala que una vez que el adolescente verbalice su deseo de morir conlleva que ya no se sienta solo ni aislado, cesando la necesidad de realizar actos porque están tramitados por la palabra. También puede convertirse en un modo de prevención ante el suicidio.

Las aportaciones de Janin respecto de la intervención terapéutica es la inclusión del juego y la fantasía como herramienta en el abordaje de la crisis identificatoria del adolescente. Así, al interpretar distintos personajes el adolescente puede ir tomando, y ensayando, diferentes ropajes que le permitirán construir su novela. Por último, Janin postula la importancia de que el adolescente pueda contar con un escenario que le oferte un apoyo narcisista con el objeto de que pueda escribir su historia y hacer una proyección hacia la pertenencia de un futuro.

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