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Vuelta al cole: cómo gestionar el miedo y la incertidumbre de los más pequeños y mayores

“Aprende de ayer, vive para hoy, espera para mañana. Lo importante es no dejar de cuestionar” (Albert Einstein)

1. Las consignas de la vuelta al cole

El abordaje de la ansiedad, del miedo y de la angustia en estos tiempos intermedios de la pandemia, donde aún no hemos salido de sus efectos, inmersos en ello, y que en estos momentos se traduce en la movilización que se precipita en el ámbito de la vuelta a las instituciones escolares, está bajo la tentación de dar unas cuentas consignas para garantizar que todo vaya bien.

Además, es un discurso que ya está trillado, más que repetido: hablar a los niños, decirles la verdad con un lenguaje que puedan entender, darles tranquilidad, informales de las medidas preventivas (que ya las habrán escuchado mil veces), que, si se encuentran mal que se lo digan al docente, etc.

Esto es el enunciado, la consigna. ¿Y la enunciación? Porque de ella depende su eficacia. ¿cómo transmiten los padres, cómo es la enunciación de los padres ante los hijos? Porque ahí está la ansiedad y la angustia. Y es lo que se transmite, lo que tiene eficacia.

Esta consigna o la demanda de esta consigna, es un tanto preocupante porque participa de las precipitaciones psicológicas de la ansiedad, angustia y miedo.

Determinemos este asunto: es claro que, desde las instituciones, desde los estamentos de la sanidad, de la docencia, desde el gobierno, existan palabras tranquilizadoras a la población; en el sentido de que transmitan que están haciendo lo posible para crear una vacuna, para crear espacios suficientes sanitarios en sus diversas instancias, que los espacios docentes se encuentren dentro de las determinaciones sanitarias de prudencia para contener el contagio, etc. Todo esto está muy bien, y además es necesario.

La sola indicación es que bajo estos términos no está en manos de nadie lo absoluto, el todo, la erradicación de la pandemia rápidamente, el asegurar al 100% que en los colegios no pasará nada. Y este es uno de los problemas con los que traemos consigo en la pandemia. Vayamos a ello.

2. Los ideales

Una de las respuestas a las necesidades de los hijos es la sobreprotección.

Desde hace tiempo estamos sumergidos en la era del cálculo, de la planificación, de la creencia en la ciencia y tecnología, y, por supuesto, en los ideales bajo la era de la globalización. La ciencia y la tecnología se han precipitado como estandartes que dan respuesta a cualquier enigma con los que cuenta la civilización, siendo capaces de aportar una respuesta total y globalizadora cuando sea preciso. La era del todo es posible.

E irrumpe la pandemia. Se espera lo prometido, respuestas rápidas y eficaces, y, en cambio, se hace presente la incertidumbre y la muerte. Además, aparecen con toda rotundidad el acompañamiento mundial de unos líderes que hacen gala del desprecio más absoluto por el sujeto humano, bien porque se enmarcan desde el negacionismo de la pandemia o porque se proponen como la solución única a ello.

Como fondo, tenemos a un capitalismo que también se propone como parte de la solución a las incertidumbres adyacentes cuando en lo real demandan que el Estado les aporte el capital que los define y que no tienen.

Nos damos cuenta de la fragilidad del capital; en poco tiempo, apenas en dos meses se precipita la otra crisis, la económica: el sistema económico se viene abajo. En fin, todo lo que se esperaba y se prometía no está, se apagan las luces. La pandemia hace vacilar todos los discursos, algo que se afirma se relativiza al día siguiente, un dato parece darse por seguro y luego se desmiente, las informaciones son a veces contradictorias. Inicialmente se decía que no había peligro para los jóvenes y luego se fue relativizado, que para los ancianos el virus era letal pero después, con gran sorpresa, longevos de más de 90 se salvaron y ello dio lugar a diversas teorías.

La situación hace que se precipiten muchas ideas:  ¿era real la promesa de que todo era posible tal como anunciaban las luces del capitalismo, de los lideres eficaces, la ciencia y la tecnología? Era un señuelo.

Y entonces, ¿no hay respuesta? Sí, afortunadamente la hay. Pero no una respuesta total, no una respuesta totalizadora, y menos aún una respuesta que elimine la pandemia, el mal.

Nos encontramos con respuestas parciales, posibles, donde los datos son equívocos, los gobiernos ensayan, los científicos prueban medicinas, alternativas, sin tener la certeza absoluta de saber, las estadísticas no son capaces de prever el final de la crisis sanitaria. Y los pasos que vamos dando son a tientas, bajo la incertidumbre, y el signo del confinamiento que precipita cambios severos en la vida de las personas.

En el campo familiar, los padres se encuentran confinados… con los hijos. ¿qué hacer con ellos, que “deben” hacer? Es una situación novedosa que los interroga.

Los padres están atravesados por la época, en la que se promueve el ideal de dar respuesta a las necesidades de los hijos; necesidades que ya están prefijadas de antemano y que no se articulan a partir de una escucha de sus demandas. Los padres están parapetados detrás de los Manuales que indican cuando y cómo hacer en la crianza de los hijos; en definitiva, son sustituidos por la ciencia.

Pero ahora en la pandemia y su confinamiento, la ciencia no aporta una respuesta total. La ciencia no había previsto tal encadenamiento de sucesos. La salida de nuevo de los padres, y de la sociedad, es acudir a los gurús de las materias y a sus consignas; mientras, hay algo que no hacen: el trámite con ellos mismos…no se apela a la aparición de su dimensión de sujeto.

Una de las respuestas a las necesidades de los hijos es la sobreprotección.

Los adultos, en general, tenemos tendencia al paternalismo para proteger a los más pequeños, cuya consecuencia es la tendencia a ocultar información para que no tengan miedo. Decir las cosas a medias provoca que la ansiedad aumente.

Esta forma de proceder se ha utilizado más hacia los dos extremos, niños y ancianos, hacia quienes algunos creen que no pueden entender. También se procede de la misma forma con personas con discapacidad. Una situación que crea entre los adultos miedo, ansiedad o desconcierto trasmite dichas sensaciones a nuestros niños o adolescentes.

Algunos de los malestares que se han precipitado en la pandemia durante el confinamiento son la ansiedad, la angustia y los miedos. Si los niños están ansiosos o angustiados o tienen miedo es en la medida en que los padres también lo tienen. El miedo y la angustia se traspasa de padres a hijos. El miedo es invasivo y contagioso.

Para entender qué les pasa a nuestros hijos, cómo van a reaccionar ya en el confinamiento o ya, en estos momentos, de la vuelta al colegio, hay que pensar primero en los padres que son los que van a producir una respuesta en los hijos.

Los padres, ante todo, son sujetos, que están atravesados por angustias propias, de fantasías que es necesario elaborar. Por ejemplo, es frecuente que, durante el primer año de vida, las mujeres tengan fantasías referentes a la muerte del hijo; esto posteriormente derivará, si no se ha elaborado convenientemente, en el que estas madres tengan miedo a que les pase algo a sus hijos; la actualización de este miedo en los tiempos actuales de la vuelta al colegio se reflejará en el miedo al contagio y a sus consecuencias en el entorno de la vuelta a las aulas, de volver al entorno escolar.

3. Angustia, ansiedad y miedos en tiempos de pandemia

En los niños, el miedo no es patológico de por sí.

Hoy en día, el término ansiedad está bastante extendido tanto a nivel popular como en el ámbito científico. Las consultas médicas se llenan de “casos” de ansiedad y el lenguaje médico y psicológico está continuamente salpicado con referencias a este término. La ansiedad es uno de los malestares típicos de nuestro tiempo.

Partimos de la cierta confusión terminológica que actualmente existe entre los términos de ansiedad y angustia.  Es muy probable que en todo ello haya influido el hecho de que el uso de la palabra ansiedad es más frecuente en ingles, cuestión que está ligado al encuentro entre la medicina y la ciencia a finales del siglo XIX. Si a ello unimos el alcance del inglés en el mundo y en el lenguaje científico, encontramos una poderosa razón para el triunfo de la “ansiedad” en sustitución de la angustia que la precede.

Desde la Etimología, la angustia es un derivado de angosto que en latín es “angustus”; significa estrechez o situación crítica. La ansiedad se incorpora al castellano en forma tardía, en el siglo XIX y en el lenguaje médico, es un derivado de ansia, en latín “anxius”.

La ansia es una espera sin resultados. Uno de los problemas de la ansiedad es la llamada a lo inmediato, a lo perentorio, que se traduce en una dificultad de acceso a la intermediación simbólica (cuestión que sí se produce en la angustia). La angustia posibilita que nuestras carencias, la falta, se inscriban; en cambio, en la ansiedad no se media, falta la inscripción de la falta, no hay reconocimiento de la vulnerabilidad, y de ahí es lo que posibilita que cualquier cosa valga, cualquier objeto, y se reclame con furor, ahínco, y urgencia la aparición eficaz del objeto.

En la ansiedad el sujeto no tiene nada que decir, en cambio sí reclama que alguien o algo eliminen radicalmente el fuerte malestar que le produce una situación.

Por el contrario, en la angustia, el sujeto tiene algo que decir; la angustia mueve la vida, nos lleva a hacer cosas, promueve la creatividad; pero cuando hablamos de un síntoma que impide la vida, que no permite dormir, que vuelve inapetente, este tipo de angustia existencial aumenta. Cuando alguien se siente desamparado y desvalido, puede desencadenarse una angustia sin representación, ante lo cual el sujeto no tiene recursos subjetivos ni psíquicos.

La ansiedad podemos equipararla a la llamada angustia originaria, que está ligada a un estado de desamparo (por ejemplo, la situación del lactante) que hace que demande un objeto sin demoras, sin aceptar un determinado pasaje. Esta angustia originaria, angustia existencial, lo que pone en juego es el miedo a morir como máxima expresión.

En el caso del lactante aparecerá la madre, inmersa en un mundo simbólico, cuestión determinante, para dar una respuesta tamizada ante la urgencia, y esto lo empezará a cambiar todo (no como respuesta total porque el hambre volverá).

En la ansiedad se produce un exceso. Si el lactante se encuentra en su urgencia a una madre que está ausente en alguna de las formas posibles, el bebé sentirá un algo que se desborda, que no está contenido, favoreciendo la sensación de muerte (un padre atravesado por la ansiedad, por la urgencia, por el desamparo, ¿qué podrá transmitir a sus hijos?).

Posteriormente, el poso de esta vivencia se inscribirá en vivir y sentir situaciones determinadas como un peligro inminente, sin que necesariamente exista un correlato real. La ansiedad es fundamentalmente el resultado de sentir un peligro desconocido en una situación objetivamente no peligrosa.

En la situación que nos toca vivir podríamos matizar que sí existe un peligro real, el virus, pero la ansiedad llevaría a determinar más peligro del que realmente existe porque entre el virus y nosotros existen medidas que protegen, atemperan, y apaciguan, donde además se precisa la intervención de los sujetos. Esto, para la ansiedad no es suficiente porque sigue convocándose la muerte.

Hagamos intervenir al miedo. Este es el resultado de la percepción de un peligro conocido, peligro real, a diferencia de la ansiedad que es el resultado de la percepción de un peligro fantasmático inconsciente.

En los niños, el miedo no es patológico de por sí. No todos los miedos son fóbicos. La fobia sí es un tipo de síntoma, pero es preciso matizar que muchos de los miedos en los niños son propios del desarrollo, normales en su travesía de la infancia. El miedo inicial, el más básico digamos, es el miedo a la oscuridad que, posteriormente se transformará en el temor a que alguien entre en casa (desde fantasmas a ladrones) y que puede desembocar en el miedo a que le pase algo al otro, a los padres, o incluso también, el miedo a quedarse solo. Los miedos simbolizan la separación del niño de sus padres. Si los padres han generado la posibilidad de que sus hijos se separen de ellos, les dará seguridad, y sabrán qué hacer con el miedo.

Indicaremos que no es preciso patologizar los miedos de los niños ya que es parte de nuestro crecimiento el atravesar conflictos y resolver temores. Tema tratando en la psicopatología infantil.

4. Transmisión a los hijos ante la vuelta al colegio

Toda crisis genera miedo, inquietud, inseguridad, irritabilidad, frustración, aburrimiento, desconfianza… Los adultos somos los responsables de digerir la información para los demás. Estamos llamados a plantear con tranquilidad la situación a los menores a nuestro cargo.

Plantear, transmitir con tranquilidad también es hablarles de la vulnerabilidad en la que estamos, de la que siempre hemos estado, y que con ello hacemos y somos capaces de realizar cosas muy importantes y bellas, que hacemos lo posible ante las adversidades. Yendo poco a poco, podemos ir muy lejos. Apelaremos a las palabras bondadosas, palabras tranquilizadoras, que sean claras, pertinentes para ayudar a conformar un sentido.

Podemos mostrarles que hay muchos hombres y mujeres que trabajan para nosotros, que tienen un saber que nos ayudará con tiempo, que se trata de aunar un saber de unos con otros, que se esfuerzan en encontrar soluciones a los problemas que nos comprometen en la vida actual.

Esta forma de discurso tiene que ver con la verdad sobre nosotros, los humanos, y se traduce en honestidad y ética. Será la enunciación que empezará a tener eficacia con nuestros hijos, donde encontrarán referencias de cómo hacer ante esta crisis.

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