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Trastornos de la conducta alimentaria

I. Introducción

Vamos a abordar los trastornos de la alimentación en la adolescencia, salvo la obesidad, dejándola para otro momento. El corazón de esta comunicación se dirige a una puesta en juego de lo infantil y lo adolescente respecto de los trastornos de la alimentación.

Para ello, nuestro recorrido incluirá el abordaje de la anorexia diferenciándola entre los trastornos de la alimentación en la infancia y en la adolescencia, pasaremos por la triada necesidad-demanda y deseo en la anorexia, el narcisismo, el mecanismo de defensa de la desmentida y finalmente el abordaje de la bulimia. Visitaremos la bulimia desde la perspectiva de la falta y la madre, los actos y crisis bulímicas. Y finalmente una breve reseña aclaratoria sobre el Otro social y materno

II. Anorexia y bulimia nerviosa o mental. Referencias históricas

Aclararemos que la utilización del término nerviosa o mental es la forma de indicar que no estamos frente a un trastorno alimenticio con una definida base orgánica.

No se trata de un fenómeno que se dé exclusivamente en la mujer; en cambio, sí es predominante en el sexo femenino, especialmente en un momento de cambios radicales en el sujeto como son la pubertad y la adolescencia.

El miedo a la pérdida del control refiere al temor del contrario, el descontrol, a no poder controlar su propio cuerpo, ni el hambre. La joven con anorexia necesita tener el control frente a la necesidad orgánica de alimentarse. Entonces, elige y se esfuerza por disminuir el consumo de alimentos, incluso sintiendo hambre.

En la Edad Media, las mujeres que ayunaban eran altamente consideradas y reconocidas. Como ejemplo señalamos a Santa Wilgerfortis en el siglo X que, para evitar un matrimonio no deseado, decidió negarse a consumir alimentos llegando a su muerte.

En la Modernidad eran habituales los rituales religiosos donde las mujeres no comían como método de purificar su espíritu. Richard Morton (1694), sin utilizar la nominación de anorexia nerviosa, describió un caso de una paciente que contaba con 18 años con una sintomatología similar a la anorexia; falleció por negarse a recibir tratamiento.

En cambio, las primeras descripciones clínicas se precipitaron en el siglo XIX; el primero que realizó este despliegue descriptivo fue William Gull en Inglaterra. Utilizó la expresión apepsia histérica bajo la descripción de pérdida del apetito, amenorrea y adelgazamiento.

Propició el camino para que poco tiempo después Ch. Lasègue (1872) hiciera entrar a la anorexia en el campo psíquico. Lasègue indica a este síndrome como anorexia histérica (Guillemot y Laxenaire) donde la principal sintomatología referencia a la dificultad de la percepción de su imagen corporal. También hace mención a lo insidioso y tenaz del estado mental de las pacientes que terminan denostando la autoridad moral del médico.

También Charcot ingresó a la anorexia en el campo de la histeria, proponiendo como tratamiento el aislamiento de la paciente de su entorno. Esta concepción se sostuvo hasta finales del siglo XIX.

Freud referenció a la anorexia por primera vez en 1892, en un caso de curación por hipnosis y bajo el nombre de histeria de ocasión; la anorexia se caracterizaba por repugnancia y asco a los alimentos. Poco después en el Manuscrito G, en 1895, Freud realiza una distinción entre anorexia histérica y anorexia de las muchachas púberes: vinculándola a la melancolía.

Posterior a la consideración de la anorexia ubicada en el campo mental, le sucede un periodo donde el síndrome es relacionado con los trastornos endocrinos siendo auspiciados al lugar de la causa, dando lugar a trabajos y exploraciones biológicas en el periodo de 1938 a 1956. La evidencia es que existe una falta de eficacia de los tratamientos hormonales.

El diagnóstico de la anorexia en el campo psíquico vuelve en los años 60. Se realiza la distinción entre anorexia primaria y secundaria, sosteniendo Bruch que los trastornos primarios se deben de considerar como entidad específica mientras que los secundarios se relacionan con trastornos psiquiátricos subyacentes.

En cuanto a las características predominantes diremos que las anoréxicas presentan un alto rendimiento académico, son autoexigentes, perfeccionistas y siempre pendientes de lo que otros esperan de ellas, de cumplir con los ideales de sus padres, o de darles satisfacción a los demás.

El síndrome anoréxico tiene un significado específico, presentando como motivos conscientes los lenguajes de la época (véase la estética, por ejemplo), signados desde lo que desde el psicoanálisis se denomina como el Otro social.

II.I. Criterios diagnósticos de la anorexia

A continuación, señalamos algunos de los criterios diagnósticos según el DSM V (2014) para la anorexia nerviosa son:

  • Restricción de la ingesta energética vinculada a las necesidades biológicas de supervivencia.
  • Conduce a un peso corporal bajo en relación a la edad, sexo, curso del desarrollo y salud física.
  • Estos sujetos tienen miedo intenso a ganar peso o engordar, lo que les lleva a establecer comportamientos que obstaculizan el aumento de peso.
  • Alteración de la percepción sobre el propio peso o constitución.
  • Falta de reconocimiento de la gravedad del bajo peso corporal.

Subtipos de anorexia:

  • De tipo restrictivo que serán tomados como tal cuando no existen sucesos de atracones o conductas compensatorias. La pérdida de peso es debida sobre todo a la dieta, el ayuno y/o el ejercicio excesivo
  • Tipo de atracones y purgas. En los últimos tres meses, el sujeto ha tenido episodios de atracones o comportamientos compensatorios. El DSM-5 plantea remisiones parciales o totales.

III. Referencias históricas sobre la bulimia

En cuanto a las referencias históricas sobre la bulimia, Stein afirma que, aunque en la literatura médica las referencias más prolíficas se encuentran a partir del siglo XIX, estas ya existían antes de este siglo.

Así, en el Dicionnaire Médical (1743) James discute el término boulimus; realiza una descripción detallada de los síntomas, postulando unos diagnósticos diferenciales, hipótesis etiológicas y también principios terapéuticos.

Ante Galeno, que refiere la etiología de la bulimia describiendo un enorme apetito caracterizado por la ingesta de alimentos a intervalos muy cortos y vinculándolo a una patología digestiva, James añade con perseverancia que la verdadera bulimia se acompaña de una intensa preocupación por la comida.

Stein señala referencias inglesas sobre la bulimia: en el diccionario médico de Quince (1726) y en el Physical Dictionary de BlanKaart (1708). Ambos definen la bulimia como apetito excesivo, incluso extraordinario, que relacionan con un trastorno puramente gástrico.

el New Dictionary of Medical Science define en el siglo XIX el término bulimia como “de buey y hambre. Un apetito atroz. Se observa en algunas ocasiones en la histeria y a lo largo del embarazo, pero raramente en otras circunstancias”.

Blachez (1869), proponía en Francia, una definición de la bulimia estableciéndolo como un síntoma aparte, y a la vez considerándolo como un problema accesorio de otra patología psiquiátrica.

Stein señala otro acercamiento al término bulimia en el siglo XIX; se refiere a la referencia en el Dictionnaire D´Edinburgh (1807), donde la bulimia se precipitaba como una afección crónica caracterizada por desvanecimientos y / o vómitos después de la ingesta de una enorme cantidad de alimentos.

Janet publica en 1903, en su obra sobre las obsesiones y psicastenia, diversos casos de ejemplos de bulimia a finales del siglo XIX.

Más allá de Freud y de Klein, destacamos a Fairbairn y Winnicot. Estos autores realizaron importantes aportaciones desde la teoría del desarrollo emocional temprano, centrando la relación madre/bebé como unidad elemental y sosteniendo las funciones claves del ambiente como el sostenimiento, manipuleo y presentación de objeto.

Bruch, ya en 1973, fue una de las primeras psicoanalistas en realizar estudios acerca de los defectos en la autopercepción y autorregulación de las sensaciones de hambre en relación a los trastornos de la alimentación. Bruch ayudó a entender el mundo interno de estas pacientes, convirtiéndose en una precursora en diseñar un tratamiento específico enfocado en una relación real con ellas, advirtiendo de los desafíos de este trastorno.

Las características de la bulimia nerviosa son episodios recurrentes de voracidad seguidos por conductas compensatorias inapropiadas como el vómito provocado, el abuso de fármacos laxantes y diuréticos u otros medicamentos, el ayuno o el ejercicio excesivo.

La autoevaluación de los individuos con esta enfermedad se encuentra excesivamente influida por la silueta y el peso corporales. Tanto en la anorexia como en la bulimia los manuales precipitan los síntomas a nivel físico, pero sin profundizar en las alteraciones psíquicas que se producen en estas pacientes.

III. I. Criterios Diagnósticos de la bulimia nerviosa

A continuación, señalaremos los Criterios que maneja el DSM-V sobre la bulimia:

  • Atracones en un corto periodo de espacio
  • Sensación de la pérdida de control sobre la ingesta de alimentos
  • Existe un repertorio de conductas compensatorias (vómitos, laxantes, diuréticos, enemas, ayunos o ejercicio excesivo
  • Tanto los atracones como las conductas compensatorias se precipitan al menos una vez por semana en un periodo de tres meses
  • La autoevaluación del sujeto bulímico está determinada por la constitución y el peso corporal
  • La gravedad mínima se basa en los comportamientos compensatorios

IV. Datos epidemiológicos

Los rangos epidemiológicos nos indican que la población afectada por TCA se encuentra entre el 1% y el 4%.

Los trastornos de alimentación es una afectación que puede llegar a ser severa; ciertamente hay que admitir que es la única causa de mortalidad en la que se articula una causa psiquiátrica. Quizá por ello sea el motivo de la alarma social creada, potenciada también por la sensación de no ser atendidas por el sistema sanitario de forma conveniente, lo cual no es inexacto.

Los trabajos de investigación sobre estos trastornos señalan que la incidencia de Anorexia Nerviosa detectada en el sexo femenino es en edades comprendidas entre los 10 y 39 años es estable; en cambio, la Bulimia Nerviosa puede llegar a triplicarse.

Los datos señalan que el 80% y el 60% de Anorexia y de bulimia respectivamente son derivados de la atención primaria a servicios de atención especializada, y que cerca del 30% precisó de ingreso hospitalario.

La incidencia mayor de la Anorexia nerviosa se ubica en el rango entre diez y diecinueve años; en cambio, el rango de la Bulimia nerviosa es superior, entre los veinte y treinta y nueve años.

Las mujeres presentan estos trastornos aproximadamente entre siete y ocho veces mayor que los hombres; aunque conviene señalar que hay autores que señalan un incremento en el sexo masculino.

La Anorexia nerviosa es más precoz en diagnosticarse debido a que es más visible esta presentación por los otros (amistades, familia); la bulimia nerviosa, en cambio, su visibilidad externa es bastante menor.

V. Diferencias entre la anorexia infantil y la adolescente

La anorexia nerviosa es un trastorno típico de la adolescencia (de los 14 a los 18 años); en cambio hay pacientes que desarrollan anorexia antes de los diez años (las estadísticas indican que cerca de un 8% de la población infantil).

La triada de síntomas que se precipitan en la adolescencia de anorexia nerviosa que es adelgazamiento-anorexia-amenorrea carece de sentido en la infancia, donde el retraso en el crecimiento y la severidad del cuadro es lo más preocupante desde el punto de vista médico.

Las anorexias prepúberes suelen tener peor pronóstico que aquellas que emergen del lado de la adolescencia; las prepúberes se presentan en un contexto depresivo o en el seno de las relaciones madre-hija patológicas.

En la anorexia infantil hay una proporción elevada tanto de niños como de niñas respecto de la adolescencia; incluso más de niños, algo particularmente poco usual cuando la anorexia se precipita en la adolescencia.

Otra diferencia es que en la anorexia en niños no hay una distorsión de la imagen corporal ni tampoco el imperativo de sometimiento a una imagen ideal tal como ocurre en la adolescencia.

Otra de ellas, en la anorexia infantil, es que en esta se muestra de forma evidente que el conflicto es con el Otro materno, sin el manto que recubre la moda o el fin de adelgazar; para estos pacientes, su mundo está constituido por las figuras de apego, por tanto, alejados aún de las internalizaciones de la imagen corporal y de la moda.

VI. Anorexia nerviosa. Necesidad, demanda y deseo

Realizamos este recorrido que nos llevará a abordar la anorexia, en primer término y la bulimia posteriormente. Para ello nos valdremos de estos tres términos: necesidad, demanda y deseo. Esta triada se articula en todos los sujetos humanos; si la destacamos aquí es en la medida en cómo se conforma esta triada, de qué manera, porque tiene consecuencias psíquicas, que están inmiscuidas tanto en los procesos anoréxicos como en los bulímicos. Estableceremos la diferencia entre estos tres términos que se dan en esa relación tan íntima entre el niño y su madre.
En el sujeto humano, a diferencia del mundo animal, la relación con el ambiente está atravesada por el lenguaje, cuyas leyes transforman el campo de las necesidades en su totalidad. Así, ni el comer, ni el objeto comida mantienen rastro alguno de su condición natural siendo modificados por el efecto del lenguaje y por la normativa social que organiza la actividad alimentaria (desde los deseos, las preferencias, los horarios, hasta alcanzar a la gastronomía).
En la anorexia, la madre confunde la demanda del niño: interpreta que simplemente hay que satisfacer la necesidad. Pero, justamente, la oralidad es la primera fuente de satisfacción del niño; es decir, no solo el alimento es para sobrevivir sino también alcanza el objeto de una satisfacción para el niño desligada de la supervivencia.
El lenguaje (en este caso vinculado a la interpretación que realiza la madre) y, por tanto, la demanda, introducen un modo de falta, radicalmente diferente de la que se articula en el campo de la necesidad. Esta es una señal de alarma para la supervivencia del organismo: si algo le falta, el alimento, existe el objeto que satisface completamente la necesidad (obviamente si se tiene).

En cambio, la falta que se introduce en el niño por el hecho de que sus necesidades se han de tramitar a través del lenguaje (la demanda) es absolutamente diferente, es lo que se denomina la carencia en ser (Lacan). La falta en ser es el producto del efecto del lenguaje sobre el organismo que queda transformado en un sujeto, que habla, a costa de haber perdido para siempre su ser natural o instintivo. No hay objeto alguno que pueda obturar la falta en ser. Esta falta es la que hace precipitar el deseo, y que se instaurará como motor de la vida de un sujeto.

Así, el niño inscrito en el mundo y en la relación subjetiva con el Otro hace uso del lenguaje a través de la demanda. El niño entrará en el campo de la demanda mediante los llantos, gritos, en última instancia llamadas que la madre interpretará como la realización de una demanda. Algo le pide su hijo, pero ha de ser ella quien codifique ese algo en términos de lenguaje (tiene hambre, frío, gases, etc.) porque algo necesita. Así, observamos la travesía donde las necesidades del niño se convierten en demandas al hacerlas pasar el Otro (la madre) por el desfiladero del significante; y, no menos importante, dependerán de la interpretación que el Otro haga de ellas.

La madre responde en función de su subjetividad; así encontramos madres que tras la señal de que falta algo se movilizan a la entrega de objetos que tienen, bien ya sean alimentos, u otro tipo de objetos; en cambio, no pueden ofrecer un objeto con capacidad de ocupar la falta en ser. Ese objeto no es posible porque no existe, solo podrán ofertar objetos que serán sustitutos con la característica ya mentada de no obturar la falta, y que como ya indicamos será la fuente para la precipitación del deseo.

Si hay falta, hay deseo. Se desea lo que no se tiene. Para que el niño pueda introducirse en la dialéctica del deseo, es necesario la condición de que al Otro también le falte algo; es preciso, pues, que el deseo de la madre no se agote en el niño. El amor es la prueba de que el Otro está igualmente atravesado por la imposibilidad; a partir de su falta puede, no obstante, utilizar el recurso de ofrecer su propia carencia.

En cambio, la madre del niño anoréxico, “… en lugar de lo que no tiene, le atiborra con la papilla asfixiante de lo que tiene, es decir, confunde sus cuidados con el don de su amor” (Lacan). La madre en este caso sólo quiere que el niño coma, define su amor solo vinculado a los cuidados y alimentos; reduce la demanda a la necesidad aplastando el deseo.

¿Qué ocurre pues en la anorexia infantil?

El niño come nada; come el ayuno. Es la forma que tiene el niño para preservar el deseo y, de esta forma, se mantiene como deseante. El rechazo, su negativa, es un posicionamiento radical del lado del deseo.

Cuando la madre se sitúa en ser fuente de satisfacción de las necesidades del niño como única función no realizará la alternancia de presencia-ausencia para ubicarse en el lugar de ser una madre suficientemente buena, definido ese lugar como el que además de cubrir las necesidades vitales deja lugar al deseo con falta, dando muestra de su incompletud. Cuando no está esta formulación, entonces el niño intentará preservarse, eso sí fallidamente, como deseante mediante la operación de negación a satisfacerse de su necesidad vital por medio de la madre. Conviene que el deseo de la madre pueda liberarse de su fijación al niño como único objeto para que aquel puede encontrar el acceso a su propio deseo.

La anorexia es, pues, el intento de un sujeto de separarse del Otro (madre), hasta el punto de sacrificar sus necesidades más vitales.

Es un intento patológico de separación, y, a la vez, una demostración de fuerza: el niño invierte la relación de dependencia; el sujeto anoréxico mantiene al otro a merced de sus propias determinaciones caprichosas, en definitiva, a favor de su omnipotencia.
Ahora bien, ¿cómo influye esta anorexia infantil en la adolescencia, o qué sucede en esta para poder precipitarse la anorexia nerviosa o mental? Cómo indicamos esta triada deja la marca en un sujeto para cuando aborde su adolescencia. La adolescencia es una superación, no es simplemente un reemplazo de una vieja estructura, que además desaparece, por otra nueva.
En la adolescencia, también se pone en movimiento la problemática de madre e hija. Existen al menos tres modos en que dicha relación se pueda constituir como objeto de los esfuerzos anoréxicos para alcanzar algún tipo de salida:

  1. Anorexias con antecedentes de anorexia infantil.
  2. En la pubertad se puede reactivar el conflicto que ya estaba en la infancia; hay que recordar que la adolescencia supone un segundo tiempo del proceso de separación e individuación. Otra circunstancia que precipite el conflicto puede venir dado por la maternidad propia, bien en su versión real o fantaseada.
  3. La anorexia puede emerger como respuesta a otro tipo de problemáticas, aunque acabe incluyendo los conflictos con la madre.

Es imposible entender algo sobre la anorexia y la bulimia sin abordar el problema del narcisismo.

El narcisismo no es solo un rasgo de personalidad en sí mismo, sino que fundamentalmente es el proceso por el cual un sujeto sale al exterior de sí en busca de objetos donde establece una relación o si se quiere para obtener una satisfacción; hay que advertir que lo contrario de objeto es el propio sujeto, y también más concretamente, el propio cuerpo. Narcisista equivale a indicar que una persona se preocupa y ocupa de lo suyo, estando los otros en una posición de desinterés.

El narcisismo por ser una etapa en el desarrollo deja marcas en nuestra memoria que son rescatables por el recuerdo o también por la huella de las decisiones o comportamientos que dejamos.

Si un sujeto se queda pegado al narcisismo, sobre todo a sus etapas iniciales o realizan una regresión al yo narcisista, tiene muchos inconvenientes, por decirlo en estos términos, donde es preciso abonar un peaje. Si hay algo que se impone es la realidad que plantea siempre exigencias. Esto nos indica que un tipo de personalidad narcisista está conminada a crear irrealidades a su alrededor con el objeto de que su propio mundo interno quede intacto, es decir, grandioso o hipertrófico en cuanto al valor adjudicado de omnipotencia.

Para que estas irrealidades a las que está llevado el narcisista patológico se puedan llevar a cabo tiene que contar con la participación de los mecanismos de defensa para escapar de la angustia. Mecanismos como el aislamiento, regresión, transformación en lo contrario y la desmentida (la renegación).

Se trata de mecanismos obligados cuyo destino es un viaje al narcisismo idílico que se encuentra en nuestra memoria, sosteniéndose como opción cuando las cosas van mal; unas defensas que nos parapetan allí donde nos creímos ser dioses en ese tiempo en que aún no estábamos separados, al menos del todo, de nuestra madre y de nuestros deseos omnipotentes.

Ahí es donde las anoréxicas no saben que este destino regresivo en busca del olimpo es un viaje con peajes complementarios. Implica la aparición de pulsiones distintas a las que se manifiestan en sujetos ubicados en la fase objetal; son pulsiones parciales, destructivas, en definitiva, pulsiones muy primitivas y poco diferenciadas. Por ello, la importancia del abordaje del narcisismo.

VII. El mecanismo de defensa de la desmentida

Introducimos la presencia del mecanismo de defensa de la desmentida en la anorexia. Como dice Bagattini desmentida de la delgadez, que es también desmentida de la muerte, de la dependencia del objeto, de la diferencia de sexos.

Sobre este mecanismo, Chamorro dice que desmentimos para no angustiarnos ante esa imagen de nosotros mismos tan contraria de la que nos ofrece el narcisismo infantil.

Cuando la anoréxica se niega a comer, está intentando decir, por el contrario, como señala Rainbault, lo que quiere: que son palabras, esas palabras que hacen lo humano, que lo insertan en una historia, que lo vinculan con el Otro en una dependencia diferente de la comida, y que lo inscriben como un ser de deseo a diferencia de sólo necesidad.

VIII. La bulimia, la falta y la madre

A diferencia de la anorexia, la madre del sujeto bulímico se va a presentar con la falta, pero bajo la demanda de ser obturada, y desde aquí al sujeto bulímico le recae la cosa de taparla. A la vez, también la adolescente bulímica está interesada en ocultar la propia falta, constituyendo a ese Otro madre como donador, no en el sentido del amor, sino de ese objeto que también cubriría su propia falta.

Igoin presenta cuatro elementos del desorden bulímico:

  1. La excitación previa. Angustia, irritabilidad, malestar. Las pacientes hablan de ansiedad, como sensación en el cuerpo de tensión extrema en una inmovilidad y a la vez de agitación que conduce directamente a la comida. Lacan en el Seminario de la angustia indica que: “actuar es arrancar a la angustia su certeza. Actuar es operar una transferencia de angustia”.
  2. La elección de los alimentos. Son los que el sujeto piensa que no debe de comer en ese momento, los que están al alcance de su mano, aquellos más fáciles de engullir, sin elaboración previa.
  3. La soledad. Es una constante. No tiene que haber testigos, solo retroactivamente los vacíos y las huellas dejadas en la cocina.
  4. Voracidad casi sin masticar, lo más rápidamente factible y que no se da cuenta de qué se está haciendo; es un tragar que solo se detiene cuando no queda nada más o cuando el malestar corporal se precipita indicando que ya no puede más.

La bulimia se presenta como la ambición de ser quien colma al Otro. Ese imperativo de no dejar de comer, de estar entregado a un goce que le proviene del Otro. La bulimia muestra al sujeto, para su decepción o incluso para su horror, de su desaparición subjetiva. Se precipita como esa alienación en el deseo del Otro, rebajado por el sujeto a una Demanda insaciable del Otro.

La madre intentará obturar su falta, por definición, a través del hijo.  Y es por eso necesario la aparición del tercero, el padre, que está más allá de esta terna y que se encuentra a la espera para la intervención de su función. Esto constituye el segundo momento del Edipo para Lacan.

Si, por ejemplo, la madre mira a este tercero, o mejor lo ama, será entonces cuando el hijo puede darse cuenta de que él no es el único, que hay un otro, y que, por tanto, no lo es todo para ella. Aquí se puede producir un giro importante ya que el hijo está advertido de que aquél al que la madre mira es el que parece tener el secreto de aquello que falta, y, a la vez, permite que la madre se muestre como faltante. De esta forma se introduce al tercero, al padre. Se produce el giro del Otro materno al Otro paterno. Se accede al mundo simbólico.

En la bulimia, la madre no ubica al padre como objeto de su interés para hacer algo con su falta (que no pasa por la cancelación de ella), sino que recae en la hija, y esta se hace cargo de ella. Será entonces que la hija no accede al segundo tiempo del Edipo, o el padre no muestra toda su eficacia en su función. Al no ser desplegada su eficacia, cuando se precipitan circunstancias determinadas pueden hacer que la adolescente tome la actitud inconsciente de realizar el regreso al mundo de la omnipotencia infantil.

IX. Acto y crisis en la bulimia

El acto bulímico gira alrededor de la falta y de su cancelación. De ahí la culpa de los sujetos de dejar de dar a la madre, de dejarle con ese sufrimiento, que es su falta.

En el momento de las crisis bulímicas, la adolescente intenta recuperar, captar aquello que supone haber poseído alguna vez (el objeto perdido en Freud o el objeto a de Lacan); da carta de existencia a un objeto que nunca ha tenido tal estatuto. En cualquier caso, podemos indicar que los objetos perdidos que vinieron a ocupar este lugar fueron el pecho materno – la fase oral -, los excrementos – fase anal – y el pene – la fase genital -. Estos objetos ocuparon el lugar de crear la ilusión de que este, en su momento, era el objeto que podría obturar la falta en ser del sujeto. Estos objetos se pierden – pensemos en el destete – para siempre.

X. El Otro materno y social

Quizá para aclarar algo de la terminología, introducimos al Otro social. Es el gran Otro completo; está caracterizado porque tiene todo aquello que el sujeto puede necesitar. Es un Otro que se muestra sin falta, omnipotente, y opera en sustitución de la caída de la ley, empujando al sujeto hacia el goce, imponiendo el imperativo de ¡Goza!

Respecto al Otro materno, el Otro de la anoréxica y bulímica, es un Otro que no puede ofrecer su falta (y, por tanto, su amor). Las demandas del hijo son interpretadas siempre como necesidades y, por tanto, su respuesta está en este mismo plano. Su consecuencia es que el camino hacia el deseo queda obturado; la situación para el hijo es comprometida: o abre la boca para tragar, o se niega y dice ¡no!
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